lunes, 21 de mayo de 2007

La buena poesía

(Carta abierta a Julio Martínez Mesanza tras leer su último libro "Entre el muro y el foso")

"Omnia quae scripsi videntur mihi paleae respectu eorum quae vidi et revelata sunt mihi". Parece ser que así respondió el Aquinate después del arrobamiento místico que le embargó el día de San Nicolás de 1273. No volvió a escribir aquél infatigable trabajador, que moriría tres meses más tarde, porque, después de lo que había visto, toda su obra le parecía paja.

Yo no soy Tomás de Aquino, pero anoche, cuando cerraba Entre el muro y el foso (“Tu alma es la última patria de la mía. / Mi alma le es a la tuya indiferente…”), me vinieron esas palabras a la memoria y sentí su misma determinación. Menos humilde que él, sin duda, me cegará la soberbia de nuevo y seguiré escribiendo, más que nada porque da exactamente igual que lo haga o no lo haga.

Tu libro es un lujo. Tampoco es que me extrañe, pero sí he visto crecer la contundencia y brillantez emocional del verso. Abre mundos que yo ya conocía, otros que creo nuevos; pero ahora golpea en el alma con una vecindad aplastante. Te acercas mucho, muchísimo más que antes. Pero es que además están “tus endecasílabos”. Entre los que he leído –que en mi vida algunos son– siempre he encontrado parentescos, semejanzas, cercanías de distinta índole. Los tuyos son tuyos. Nada más. Recurriendo a prosopopeyas, diría que son viriles; tan flexibles y firmes como las tizonas españolas, ésas cuyo acero se forjaba con las aguas del Tajo. Ni por Cartago ni por Mediolanum pasa el Tajo, claro está; pero sí que, allá por nuestros siglos de oro, espadas como ésas pasearon por sus calles. Más o menos como tú ahora.

Podría pensarse que quizá son excesivas apreciaciones de esta índole, o que, si no excesivas, se ven claramente sesgadas por la amistad que de muy largos años nos une; incluso, dejando vía libre al mal pensar, que existen razones de algún tipo que fomentan una adulación interesada. Tú sabes, sin embargo, que por grandes que sean los lazos de la amistad, nunca ciegan el juicio sobre las virtudes del otro. Esto puede ocurrirle a un padre –que no es el caso– con respecto a su hijo; y tampoco. En cuanto a supuestos intereses, después de tanto tiempo y tanta brega, con mi edad y mi vida ya resuelta y cuesta abajo, sin que a ti te haya la fortuna coronado nada más –y nada menos– que con la inteligencia y la virtud de la palabra, no sé qué rara canonjía podría suponerse que pretendo. Así que, en lo que digo, amistad y adulación están de sobra.

Finalmente y en lo que a “excesivo” en la apreciación se refiere, sólo sería posible si yo fuese un analfabeto en poesía. Lo que, como también sabes, no es cierto. No soy, desde luego, ninguna autoridad ni ningún erudito al uso, pero tampoco un analfabeto. Además tengo olfato y me pasa lo que a Nietzsche –creo que lo he dicho en algún otro blog–: “mi genio está en mi nariz”. Sé, perfectamente, a qué huele la poesía grande, a qué la pequeña y a qué la basura habitual.

La tuya, no descubro nada, está en el primer grupo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido Antonio, ¿qué puedo decir? Muy poco, pero muy sincero: gracias de todo corazón y un abrazo muy fuerte.

Antonio Azuaga dijo...

Pues vaya otro abrazo que, a pesar de ser carta, termina como no siéndolo.