martes, 11 de marzo de 2008

La imaginaria del alma

¡Qué le vamos a hacer! Se me ha dicho, y es cierto: soy incorregible. O me pasa aquello de Neruda, que ni muerto podré dejar de cantar. Vamos con otro “digamos que es una prueba”…

Si aún queréis, insisto aquí: La imaginaria del alma

miércoles, 5 de marzo de 2008

Laberinto de...

Pues ya está: son mis trescientas, mi laberinto de confusiones, o de confesiones si se prefiere. Se trataba de dar voz a estos pequeños agobios que con los años dificultan la respiración, de abrir la ventana porque el cuarto del alma olía a cerrado. Eso ha sido todo, pretensión de tomar aire. O de seguir el juego de inventarme que interrumpí tras la infancia. Llevo un año jugando con un gato que me arrimó a sus fantasías cuánticas, con un peculiar Mr. Hyde que saltaba por mis sótanos y con un entrañable “caballero” que, al cabo, es al que más he llegado a querer. Y palabras, palabras, palabras, con esa cuota creciente de sombras que llevo dentro. Y con vosotros, entrañables visitadores, que, a veces, adornasteis mis entradas con destellos lejanos, como de estrella que envía un signo de racionalidad remota a la vigilia permanente de un viejo radiotelescopio. Era como saber que había alguien ahí fuera, buena gente dispuesta a acompañar, a consentir la dosis diaria de un ensimismamiento ajeno.

No sé si quiero volver. Probablemente sí, pero no estoy seguro. De momento, confieso mi cansancio. Me daré un tiempo, unos días, unas semanas… Unos meses, sería demasiado. En cualquier caso, debería cambiar algunas cosas. Muchas probablemente. Veré si soy capaz.

El caballero inactual también ha querido despedirse. Se ha empapado la garganta con tres copas de un jerez oloroso, que guardo para “las ocasiones”, y me ha cantado estas soleares con voz turbia:

De memoria estoy viviendo,
de ya saberme la vida
de memoria, y en silencio

para que no se me note
que no hago por no pensarla
cuando es de noche la noche.

¡Y el día, allí en la memoria,
cargándome las espaldas
de confusiones y sombras!

De memoria y carrerilla,
como si fuera la tabla
de confesión de la vida.

O la lista innumerable
de soles sin mediodía
que fue nublando la tarde.

O la lección no posible,
que nunca estuvo en un libro,
para aprender a morirse.

De memoria estoy viviendo.
O quizá, sin darme cuenta,
de vivir me estoy muriendo.


A vosotros, de verdad, gracias.

martes, 4 de marzo de 2008

Días de más

Me lo dictó el “caballero sin día” hace cinco años:


Cuento los días y las horas. Cuento
este absurdo intervalo que me queda
para hacer de los sueños almoneda
y en ruinas declarar el pensamiento.

Este pensar que ha de arrastrar el viento,
hojarasca de un hombre, polvareda,
nada, silencio que el silencio hospeda,
verbo que no lo fue sino un momento.

Qué tonta crueldad la de la vida:
amanecer un día, despertarse,
amar, creer, pensar… Dormirse luego.

Y comprar un reloj a la medida
cuando el alma comienza a desgarrarse
sin sueños, sin aliento, sin sosiego.

(marzo 2003)

lunes, 3 de marzo de 2008

El amor a uno mismo y...

Todo actor interpreta al actor que lleva dentro, al igual que cada uno de nosotros lo hace con el yo de que se piensa depositario. Pero también, desde esa inevitable interpretación nuestra, no hacemos otra cosa que intentar interpretar al que tenemos delante. Aunque se trata de dos interpretaciones distintas: una, la propia, es escenificación; otra, la ajena, pura hermenéutica. Por la primera ocultamos, por la segunda queremos desvelar. Es decir, tapamos en nosotros lo mismo que pretendemos sacar al aire en los demás.

¿Cómo sería un mundo en el que se invirtieran los destinatarios de esos dos empeños?, ¿un mundo en que el esfuerzo de la interpretación se orientase a que cada quien buscara descifrarse a sí mismo, y cada cual se afanase en fabular la virtud en los otros? De entrada, sería un mundo raro; de salida, un mundo inhóspito. Tan inhóspito, que todos y cada uno, luego de descubrir los límites de su insignificancia, acabaría por encontrar la significación de cada uno y todos los demás. ¡Rarísimo e inhabitable! Para nosotros, naturalmente. Sin embargo, es la única forma de entender lo de “amar al prójimo como a uno mismo” y “a Dios sobre todas las cosas”.

A lo mejor por eso, el reino está en otra parte y nosotros aquí (yo, el primero), convencidos de que el símil “como a uno mismo” quiere decir que uno es el paradigma de las maravillas y que lo que se debe hacer es desvelar parejos prodigios en los demás.

A veces, parecemos tontos… O lo somos siempre.

El chopo y el "carpe diem"

Yo no sé si habrá sido por la pereza del pasado otoño, por aquel carácter tardo-melancólico que le atribuí (esa vagancia de distraer la ocupación pendiente hasta el momento inevitable), o por el síndrome del viejo verde con que pareció nacer este tibio invierno que, en cuanto ha podido, se ha adornado con soles y afeites impropios de su edad; el caso es que, en el chopo que hay por frente a mi ventana, se ha obrado un prodigio del que yo, por lo menos, no guardo memoria: unas cuantas hojas de la generación pasada, quiero decir de las que aún verdeaban cuando octubre no quería ser octubre, han resistido los escasos rigores del último solsticio y se han topado, de boca y manos, con una multitud de insolentes brotes, de esos que traen la savia fresca y las ganas de tirar a espada con la luz, y con su propia sombra si se tercia.

He estado observando, largamente, durante el atardecer de este domingo, ese árbol de extraños ayeres y mañanas simultáneos. Y he reparado en una de las hojas de la generación perdida, que se agarra a la rama con la desesperación de la memoria al tiempo. Autoritaria y severa, se inclina sobre la juventud verdiblanca de una yema nueva como diciéndole aquello de como te ves, me vi; como me ves te verás. Claro que la otra parece responderle con crueldad desvergonzada: como me ves, no te volverás a ver jamás... Y he pensado, no lo he podido evitar, en Garcilaso:

…Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre.

Y en Quevedo:

Tu edad se pasará mientras lo dudas;
de ayer te habrás de arrepentir mañana…

Y en Góngora:

…se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Y en Juana de Ibarbourou:

…Hoy, y no mañana. Oh, amante, ¿no ves
que la enredadera crecerá ciprés?

Y…

He cerrado la ventana; luego he empezado a escribir. Esto del carpe diem botánico me ha llenado, hablando humanamente, de nostalgia.

sábado, 1 de marzo de 2008

Las rosas en el cementerio

Porque mañana es mañana, porque mañana, dos de marzo, tiene que ser un aniversario; para que lo leas y esta noche, a las once, me digas por teléfono si te ha gustado. Aunque ya sé lo que me vas a decir.


A mi madre



Se han quedado sombrías, silenciosas,
en el pretil de tu última ventana;
dentro del mundo y de la pena humana,
dentro del tiempo, rosas entre rosas.

Mas tú no estás allí; son tendenciosas
las voces que lo dicen; es malsana
la intención de pensarlo, es inhumana…
Tú no estás donde estaban esas rosas.

Tú estás en mi teléfono a las once,
puntüal, como siempre te sabía,
hablándome de luz y de grandeza;

no tras ese balcón de falso bronce,
debajo de la cifra de ese día
que, amanecido adiós, durmió en tristeza.

(1 marzo 2008)

viernes, 29 de febrero de 2008

La pulpa seca del silencio

Si me muriera de repente
no dejaría de cantar.

Pablo Neruda


Se exprimió el zumo del alma hasta el silencio, hasta que sólo quedó la pulpa seca del silencio entre las rendijas del exprime-almas. Y se lloró la muerte como es debido; aunque él pensara que no era eso lo debido, que llorar por uno mismo no está bien, que el narcisismo tanático no es nada elegante, que queda bastante tonto eso de lagrimear y decirse entre pucheros: “qué pena me doy, ¡con lo buen chico que era!...”

Así que abrió el cubo de la basura y sacudió el exprimidor. El silencio volvió al silencio, como Dios manda, sin corte de plañideras ni flores arrancadas, sin vocingleros lamentos ni escenarios de tristeza. La porción de tierra se hizo tierra, al igual que el ascua breve de los otros elementos. Y la tierra se desmembró en silicatos, y los silicatos en calcio, en magnesio, en silicio... Después ocurrieron cosas raras porque fueron extraviándose los electrones de sus antónimos. Entonces el silencio se hizo hidrógeno, y el hidrógeno partícula solitaria, y la partícula solitaria quark…

Y el quark se transformó en palabra.

Cuando dejó en el contenedor las bolsas de basura, pensó ­–cosa extrañísima porque se había muerto– que la pulpa seca del silencio era la undécima categoría del ser.

Aristóteles anduvo distraído en este caso.

jueves, 28 de febrero de 2008

La tarea

Nota que aparece al final de mis “Memorias”, apócrifas, inéditas, aún por escribir… Pero no os preocupéis: se publicarán en cuanto encuentre un editor que merezca "mi inteligencia". Adelanto estas líneas en desagravio a esos personajes “famosos” (como Pipi Estrada, que ha supuesto para mí un auténtico, aunque tardío, descubrimiento) que vuelcan sus interesantes vidas ante la indiferencia lectora de algunos sectores de la sociedad:

Tengo una tarea urgente que cumplir y todavía no sé cuál es. He pasado mucho tiempo preguntándome si se trataría de una gran empresa, de algún gesto heroico, de alguna hazaña memorable... Con los años me he vuelto escéptico: me temo que mi tarea sólo era creer que tenía una tarea urgente que cumplir. A casi todos los idiotas nos pasa esto.

A veces hay que ser sincero.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Más firme, más neta, más buena

Me preocupó cuando lo leí, aunque, sin duda, yo no llegaré a vivirlo. Parece que los días de las Olimpiadas están contados; o, mejor dicho, los días de los récords de las Olimpiadas, sic transit... Los estudiosos, que no pueden estarse quietos, han realizado un pormenorizado análisis de las 3260 marcas registradas desde 1896, que es cuando el barón de Coubertain resucitó este maravilloso espectáculo, y la conclusión ha sido demoledora: a partir del 2060, se acabó lo que se daba, ni un récord más, habremos llegado al límite de nuestra potencialidad muscular. El más lejos, más alto, más fuerte tendrá que ser, como mucho, un tan lejos, tan alto, tan… Vamos, una pena.

Esto de mirar atrás y comprobar que nunca haremos algo mejor que quienes nos precedieron tiene que ser desalentador. Es un terreno abonado para convertir en semidioses a los antepasados. A lo mejor, es lo que sucedió en la Grecia de siempre. Tal vez, hubo un pasado, ignorado por nosotros, en el que eso ya ocurrió. Y entonces tuvieron que volver a empezar. Y se consideraron a sí mismos sólo hombres; y a los otros, héroes, inmortales, del otro lado… A lo mejor, por eso es por lo que les gustaba tanto lo del eterno retorno, que podría ser una opción meritoria, también para nosotros, a partir del 2060.

Pero podríamos hacer algo más, podríamos hacer algo nuevo, radicalmente nuevo y revolucionario. Podríamos inventar los Juegos Olímpicos de la Moral. Que yo sepa, no hay ningún precedente (los hay de saberes del hombre, pero eso es razón teórica); y si lo unimos a la “prioridad técnico-moral” del otro día, nos saldría un ser humano al que, ni en broma, reconocería ya ninguno de sus primos chimpancés. Estos juegos tendrían pruebas como las 400 horas vallas de honradez, en la que los atletas de la razón práctica deberían superar, durante 16,6 días, todo tipo de obstáculos (tentaciones, diríamos hoy) con su fornida rectitud; o las 100 horas lisas de veracidad, que los pondría ante el dificilísimo récord de ser radicalmente auténticos en cuatro días y poco; o, la prueba reina, la Maratón de la Justicia, que los enfrentaría, ni más ni menos, que a 42,195 días siendo justos…

Creo que entonces la gente no se limitaría a salir en chándal para correr por los parques. Creo que ya no sólo querríamos tener el músculo fuerte y el corazón en forma: entonces, desearíamos también un alma vigorosa y grande… Más firme, más neta, más buena.

martes, 26 de febrero de 2008

La réplica del caballero inactual

Yo iba a escribir de otras cosas, pero me he encontrado junto al monitor este soneto del “caballero”. Al parecer, le molestó mi introducción del viernes, mis palabras sobre su no hablar “como hoy es debido”…


A pesar de vivir en estos días,
entre placas, y micros, y teclados,
y ratones bluetooh, y fragmentados
clústeres, y demás nigro-manías;

a pesar de inventarme mediodías
en los súbditos ojos, fatigados
de mirar y mirar medio embobados
el monitor de sus melancolías.

A pesar de esto y más, sigo teniendo
una espada, un caballo, una celada,
un molino de viento, una aventura…

Unas ganas de ser, que no está siendo,
que no será jamás, o será nada
más que un sueño soñando una locura.

(26 febrero 2008)

lunes, 25 de febrero de 2008

La prioridad y la sospecha

Parece ser que, en este hogar lácteo de la noche, conviven con nosotros unos cuatrocientos mil millones de estrellas. Dicen que son inmensos globos de hidrógeno que, en nuestro caso –probablemente en otros muchos–, son como una caldera gigantesca que ensaya la vida en sus alrededores.

Aquí abajo, en este otro hogar de roca y agua cotidiano, sólo hay unos seis mil millones de animales verticales, implumes y a veces sabios, que recorren sus coordenadas aireando preguntas y afanándose en locuras, saludables unas veces, insanas muchas más.

Y aquí dentro, en este micro-hogar-espelunca de huesos y tejidos, no hay nada más que una burbuja de vida, opaca o translúcida, según el ánimo, frágil o tenaz, según el día. Supongo que a los seis mil millones de animales verticales restantes les ocurre otro tanto y albergan una burbuja similar. En algunas pocas de esas sutiles pompas, caben todas las demás, incluso los cuatrocientos mil millones de inmensos globos de hidrógeno. En otras, en la mayoría, sólo entra un relámpago de luz, una débil claridad durante un breve intervalo de tiempo, que apaga el hambre, o el terror, o la guerra, o la miseria, o la enfermedad… precipitadamente.

Gracias a nuestra espléndida red-de-sabidurías, podemos tener inmediata noticia de tantos horizontes de infortunio; hasta se pueden reproducir, virtualmente, los efectos de un disparo o de una bomba con absoluta indiferencia. Lo que no entiendo es por qué aún no hemos inventado la red-de-la-sensibilidad o el juego virtual del dolor humano; quiero decir, algo que nos permitiera sentir, como si fuera propia, toda la desgracia de las demás burbujas en nuestra modesta burbuja solitaria.

A estas alturas de la especie, debería ser una prioridad técnico-moral en los presupuestos dedicados a la investigación. Si no lo es, habrá que sospechar.

domingo, 24 de febrero de 2008

Esta tarde

Esta tarde os la dejo a vosotros… para que la pongáis el nombre de las melancolías que se os antojen. Os diré simplemente que es lluviosa, que es de humedad ceniza en la mirada y que, en sus agónicas oscuridades, el asfalto brilla como la piel de un cetáceo emergente. Es una tarde para sentarse junto a la ventana y adivinar la trayectoria inminente de una gota en el cristal… o para repasar las referencias de los silencios que llenan nuestras alforjas. No tiene sentido que cuente yo las mías, que cada cual haga su examen de nostalgia y su propósito de vida, que cada quien firme la paz consigo mismo y haga propósito de enmienda para no caer en la tentación del mismo dolor de siempre.

Y si esta tarde no es ya esta tarde, si esta tarde es esta noche, o es mañana, o cualquier momento de cualquier día, ponedle entonces la memoria del nombre de esas melancolías vuestras. Porque lo importante no es lo que ocurre ahí fuera, llueva o no llueva, sea ahora o después, aquí o en cualquier otra parte, sino lo que sabemos y queremos nosotros de nosotros, que, al fin y al cabo, es lo que somos. La exterioridad del mundo no es más que su ocasión. O su pretexto.

viernes, 22 de febrero de 2008

Un soneto del caballero inactual


No sé qué pinta este hombre aquí, diciendo estas cosas tan extemporáneas, tan sin día, que huelen a museo, a rancia antigüedad. No sé cómo se las apaña para que la gente que habla con él no descubra su alma egipcia, quiero decir, momificada. No sé por qué ese afán suyo, tan anacrónico, de mezclar amor con muerte, y no amor con sexo, o con violencia, o con práctica de desahogos variopintos. No comprendo por qué no habla como hoy es debido. No es mala gente, pero… es así; no lo puede evitar según parece:

No quiero enajenarme; o deshacerme
como un terrón de azúcar en tu olvido,
de azúcar o de sal, mal diluido,
mal tenido de sí, soluto inerme

que deja de ser él. No quiero verme
paladar de la muerte, descendido
a accidente de un alma que ha roído
su compacta sustancia, y no saberme.

Quiero ser el que soy, bíblico y neto,
zarza que arde y no muere y te proclama
decálogo de todos sus sucesos.

No ese cuerpo arrojado, mudo y quieto,
que anochece deseo en una llama
y amanece ceniza de unos besos.


(22 febrero 2008)

jueves, 21 de febrero de 2008

Memoria de la creación

A mi madre en su lejano silencio; a todas las madres, por su amor inevitable


Existen nebulosas primitivas, jirones de luz deshilachada, advertidos por el ojo de ese cíclope solitario de la noche que es el Hubble, en las remotas lindes de nuestro universo. Perviven en la ficción de un viaje a trescientos mil kilómetros por segundo que nos deja su recuerdo, su hoy inactual, en la mirada curiosa. Son algo así como la memoria de la creación, la madre primigenia de las familiares galaxias actuales; como nuestra Vía Láctea, donde se hace la vida y la muerte, el amor y el dolor, la alegría y la tristeza…

¿Nos pasará a nosotros eso? ¿Existirá allí, en los remotísimos rincones del alma, un frágil resplandor deshilachado, una imagen sin apenas luz, una débil memoria de un casi olvido del que luego crecieron el sueño, la esperanza, el entusiasmo, la fuerza gravitatoria del corazón y de la voluntad que ahora nos sostienen? ¿Será ese ayer, casi apagado, el beso de una madre que estuvo con nosotros, que sonrió con nosotros, que aplaudió, con el entusiasmo de un auditorio enardecido, el primer balbuceo nuestro que quiso ser palabra?

No lo sé, pero estoy seguro de que todos andamos cargados de deudas con amores que tenemos casi olvidados y, sin embargo, fueron las primeras señales que nos configuraron la vida.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Conciencia de limitación

(Por evitar caer en lastimeras melancolías –hoy hace un año que escribí aquí mis primeras bobadas–, mucho me temo que me voy a poner “espeso”).


No sé por qué tiene que ser así. No sé por qué lo bondadosamente excesivo acaba siendo una enfermedad o una tragedia, por qué estamos capacitados para concebir el infinito si luego somos incapaces de soportarlo… Sin embargo, es verdad. El amor que nos supera por su grandeza, o acaba consigo mismo, y ya no es amor, o acaban con él, y deja de serlo o se convierte en locura. Sólo la literatura se ha atrevido a acercarse. Humanamente, sin embargo, siempre nos quedamos en el patio de butacas, siempre somos espectadores decepcionados…

Querría poseer una memoria portentosa. Pero la memoria no escapa a la ley del desencanto: la puedo concebir, pero no la soportaría; es más, sería contraproducente. Los psicólogos y psicodemás creen que lo han descubierto ellos. Es mentira. Recuerdo a Borges, recuerdo a Funes el memorioso: “Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, es abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.”

Como no puedo tener una memoria portentosa, querría tener una inteligencia ilimitada, un pensamiento que soportase la infinitud de datos de aquélla. Pero, si ninguna sabiduría se me negase, ¿tendría realmente alguna sabiduría?, ¿no consiste saber en dejar de ignorar? Y si ya no queda nada que se pueda ignorar, ¿no es cierto que ya no se puede saber ninguna cosa? Una sabiduría así es una sabiduría muerta, una desazón sepultada, un polvo de noticias indiferentes.

No sé por qué tiene que ser de este modo, pero lo único excesivo para lo que estoy hecho es mi excesiva limitación. Qué pena.

¡Y qué soberbia que piense que es una pena!

martes, 19 de febrero de 2008

Las necesidades del hombre

La ciencia, para sobrevivir;
el amor, para permanecer;
la poesía, para no morir;
la ficción, para distraer;
las noches, para despertar;
la filosofía, para crecer;
el arte, para soñar;
la moral, para vencer
la pereza de existir…

Y Dios –perdón por la divergencia–
tan sólo... para vivir.


(19 febrero 2008)

lunes, 18 de febrero de 2008

La imaginaria del alma

Sólo el ya no querer es lo que quiero…
Francisco de Quevedo


Entre una y otra soledad, la vida:
un quehacer sin amparo, a trompicones,
con tres o cuatro rotas ilusiones
que nos ponen de pie en cada caída.

Y otra vez a empezar la confundida
desazón de estar vivo, entre razones
que no son, o son sueños, o ficciones
para vendarse el alma malherida.

Qué tiempo todavía, qué entretanto
consentirá a la sombra su mirada;
qué oscuridad aún estos anteojos.

Cuánto habrá que esperar hasta que el llanto
de la noche se aburra de la nada
y la nada se aburra de sus ojos.

(18 febrero 2008)

viernes, 15 de febrero de 2008

Confesiones

Hoy se ha puesto el sol a las 6:48 P.M., hace ahora exactamente 59 minutos. No queda ya, por tanto, ni tarde ni atardecer, sólo noche incipiente. Sólo noche. Mr. Hyde acaba de irse. Tempranísimo. Me ha dicho que tenía un dolor de no sé qué, y se ha largado con cara de mala uva. Y yo me he quedado mirando esta pantalla y diciéndome que ya va siendo hora de que me tome la vida en serio. No sé si en serio o si en silencio, que es lo más serio que se me ocurre.

Debo empezar a practicar la “epojé” de Pirrón, suspender el juicio (la palabra) sobre el mundo y el hombre, sobre los otros y yo. No sé si estoy o no en la edad del escepticismo: yo creo que una persona inteligente debe de llegar bastante antes. Pero siempre he sido existencialmente impuntual. En realidad, sólo fui puntual en la niñez, aunque me entretuve en exceso. De ahí, probablemente, este llegar a destiempo a casi todo. A veces, me he querido lavar la insatisfacción recordando aquello que decía Hegel de que la filosofía siempre llega tarde, de que el ave de Minerva inicia el vuelo al anochecer. Ciertamente, era una metafórica higiene en exceso forzada. Pero no me quejo; en el fondo, la gente casi no lo ha notado: la vena de histrión me salvó en muchas ocasiones. Aunque llega un momento en que molesta esto de andar siempre interpretando. Molesta o cansa. Y entonces se dice la verdad. Ése es el momento de Pirrón, de la “epojé”, del silencio… Silencio en todo, o casi todo: emoción, vocación, trabajo, esperanza, afición, opinión, seudosabiduría… voluntad. Sí, también la voluntad debe dejar de querer. Porque esa es la verdad, la entropía que dije por aquí abajo, la fatiga final... Poca cosa para ser descubierta después de tanta edad.

Más de doscientos folios (lo he comprobado en los borradores) suman los apuntes de este casi año. Veinte de febrero de 2007: “Digamos que esto es una prueba…” Y era verdad: supuse que era una “prueba”. Sin embargo, últimamente, creía que iba a llegar a las trescientas entradas. Sonaba bien, sonaba a Laberinto de Fortuna. No deja de ser una curiosa coincidencia que, en la estrofa 284 (ése es el número que hace este apunte), Juan de Mena acabe su alabanza sobre el rey Fernando en estos términos:

… e por que non sea mi fabla prolixa,
callo façañas de gran maravilla.

Claro que, si Mena opta por silenciar grandes hazañas para que no sea su fabla prolixa, ¿qué no habrá de hacer un caballero a destiempo que habla de sí sin que acometa empresa de mérito mayor que, alguna vez, cantar por soleares?

Tengo la impresión de que Mr. Hyde no va a regresar a casa.

miércoles, 13 de febrero de 2008

13 de febrero de 1837

Drama en cinco actos

A Larra


En el acto primero, tu sonrisa
inventa lo imposible. En el siguiente,
se aplaude de mirar bajo tu frente
caer la noche, ingrávida, sin prisa…

El tercero, lo cruza una imprecisa
premonición crucial, una impaciente
impaciencia que mata suavemente,
que bien advierte lo que mal avisa.

En el nudo hay un beso que es olvido,
que nunca llega a darse, que se queda
a punto de nacer... y se deshace.

Y ocurre lo que ocurre, y no es debido:
la sombra, el paseante, la arboleda,
el mal de amor… ¡En fin, el desenlace!

(13 febrero 2008)

martes, 12 de febrero de 2008

Pagliaccio

Siempre he creído que los sueños no son un supermercado de diagnósticos, como decía el Psicoanálisis, sino un confesionario de sinceridades, ese momento y lugar en que uno se dice a uno lo que piensa de sí mismo. Y lo hace descaradamente, sin eufemismos ni medias tintas, tan de frente que la mayoría de las veces ni lo queremos entender.

Anoche escuché uno de esos altavoces de la autenticidad mientras dormía. Un sueño extraño, como casi todos los sueños, que lo que son de verdad es una célula anarquista en el alma. Estaba yo en una especie de teatro donde vibraba la portentosa voz de un tenor cantando I Pagliacci. Más en concreto, esa celebradísima aria, Recitar!, con que Leoncavallo se hizo común para los demás mortales, yo entre ellos. Llegaba el momento culminante (Ridi del duol / che t'avvelena il cor...), los últimos acordes de la orquesta y el irreal estallido de una ovación emocionada. Canio se adelantaba a saludar; y entonces yo reparaba en Canio… ¡Bendito sea Dios, qué significaba aquello! El payaso no iba de payaso, vestía una malla de negro riguroso, adornada de estampados rojos que querían semejar llamas. La cara delgada, una barba apuntada y triangular, la nariz aguileña… Pensé en Goethe, pensé en el Fausto. ¿Qué extravagante director podía haber concebido a Canio con tan mefistofélico aspecto?...

No recuerdo más. Lo que sí recuerdo, y estoy por arrepentirme, es lo que he dicho al principio, eso de que en los sueños “uno se dice a uno lo que piensa de sí mismo”. No sé si me veo así, si me creo así: un payaso que ni siquiera lo es, el alma de un payaso en el cuerpo de un demonio. Aunque hoy me he reído, algunas veces, como aquél; y me he cabreado otras como éste…

Más vale que cambie de teoría onírica.

lunes, 11 de febrero de 2008

La sabiduría de los pájaros

En la confluencia de la calle Nazario Calonge y la M-216, en San Fernando de Henares, hay una rotonda y una especie de huerto rodeado de muros altos y encalados. De uno de sus laterales emerge la copa de un olmo portentoso que, en estos días de invierno desconcertado y esplendente, sigue exhibiendo su famélica desnudez. No sé qué tiene este olmo a las tres de la tarde que, a diario, convoca una alegre asamblea de pájaros invisibles. Y digo invisibles porque literalmente lo son: por más que miro y remiro entre sus ramas no he conseguido ver jamás ninguno.

Me tiene inquieto la sombra escandalosa de esa alegría. Aminoro la marcha del coche, bajo la ventanilla, me pitan los impacientes, que tienen más prisa que curiosidad… ¡Nada! No hay cuerpo, no hay volumen, no hay criatura que justifique el gozo que se levanta desde ese árbol. Siempre me acuerdo de Juan Ramón: Cantan, cantan. / ¿Dónde cantan los pájaros que cantan?... Porque eso es lo que hacen: cantar anónimamente, corear de incógnito, con franciscana humildad, la plenitud azul de los días luminosos de este febrero que parece tener intención de primavera.

¡Ah!, se me olvidaba: el huerto, rodeado de muros encalados y altos, es un cementerio modesto y recoleto, una provincia de silencio con un perplejo altar de alegría. ¿Sabrán más de la muerte los pájaros que nosotros?

domingo, 10 de febrero de 2008

Exculpación y derrota de la pereza

No tengo ganas de escribir ni una sola palabra. Me acosa la pereza, me cerca la pereza, me invade la pereza… ¡Hoy!... ¿Qué es hoy? ¿Qué tiene hoy de especial para que me ocurra este desaguisado? Esta pregunta, tan tonta, nos la hacemos siempre que la realidad se vuelve torticera, precisamente porque es realidad. De pronto, caemos en la cuenta de que no somos el dios que nos creíamos; que nuestra fuerza no es tal; que nuestra capacidad, tampoco; que nuestro control de la situación es un falso virtuosismo; que somos un racimito de uvas que se pensó destino de ebriedad y se lo están comiendo los pájaros. Tan acostumbrados estamos a las regularidades, que las excepciones nos trastornan.

Y, sin embargo, es así: somos un cáliz de plenitudes con unas cuantas gotas de insignificancia. Pero ¿qué cáliz es ése que en tan grandioso continente alberga contenido tan precario? Lo sabemos ya: la voluntad. La voluntad empecinada en tirar de nosotros, mientras nosotros sólo nos sorprendemos y nos lamentamos. La voluntad que quiere un metro más de combate, un minuto más de espada. La voluntad que está por encima de nuestra débil fuerza, de nuestra pobre capacidad, de nuestro frágil control de los hechos… La voluntad es la bandera de nuestra especie, no la inteligencia; menos, ahora que los “primatólogos” (la “Primatología” es una disciplina que en breve sustituirá a la Antropología en las Universidades) andan proclamando las cualidades intelectuales de los bonobos.

Sirvan como ejemplo estos renglones de que la pereza puede ser vencida. Sirvan, también, para eximirla de su condición de pecado capital del hombre. Nuestro mayor pecado es la abulia, o la pusilanimidad. La pereza sólo es la distracción de la voluntad... un domingo cualquiera.

sábado, 9 de febrero de 2008

La palabra devuelta

Como si tú ya fueras
la palabra precisa,
me bastaba callar para escucharte.
Luis Rosales



En esa tierra un día
anduvo por un sueño secuestrada
una palabra mía.
Me la volvieron nada,
de pies y manos una noche atada.

Fue un otoño… Recuerdo
un paseo por un jardín prohibido.
Tardes en desacuerdo
con su tiempo vencido…
¡Y esa entrega de un signo malherido!

Volvía con la frente
maltrecha de pensarse y no decirse,
volvía entre la gente
con ganas de morirse,
de perderse y callar, de desdecirse.

Como sombra volvía,
recuperada, libre sin grandeza
–fue la noche de un día
que se quiso tristeza–,
con el alma extraviada en su extrañeza.

Y aquí está, malherida,
sin la página que era su universo,
su tierra prometida,
muriendo a mi reverso,
sin frase, sin renglón, sin ser, sin verso…

(febrero 2008)

viernes, 8 de febrero de 2008

De vita beata

La felicidad es autosuficiente, piensa Aristóteles, “se basta a sí misma”. Andamos los seres humanos errados por el empeño de buscarla entre las cosas que la enajenan, poniéndole adjetivos, adornándola indebidamente. Hacemos con ella lo que la belleza encendida, que acaba por no ser belleza de tanto afeite innecesario. La felicidad que se busca en algo distinto a sí es una felicidad enloquecida, una infelicidad por tanto, una desdicha en suma.

Y así se nos van los días, dejándola pasar de largo. Y no vemos, ciegos de nosotros, que llevamos dentro su proyecto, el enunciado de su posibilidad. No hay que querer esto o aquello para ser feliz, sólo hay que querer, sin complementos, sin depósitos del alma con interés negociado, sin aguardar rentas vitalicias ni reclamar ambiciones como nómina de nuestros actos. Yo haría una lectura cristiana de aquel “se basta a sí misma”, yo diría que la felicidad se sobra a sí misma, que consiste precisamente en eso, en sobrarse; no en llenarse porque se siente insuficiente, no en quedarse porque se piensa completa, sino en derramarse porque se sabe felicidad.

¿Y qué es eso que se sabe tan excesivo que tiene que desbordarse?... Algo muy simple y nada nuevo, algo al alcance de cualquiera, algo que nos destaca frente al resto de las criaturas: la gratitud de ser, la gratitud de vivir, la gratitud de amar, la gratitud de pensar… La conciencia de la gratitud es lo único que hace feliz al hombre.

(Dicho sea hoy para enjugar las oscuridades de los últimos días)

jueves, 7 de febrero de 2008

Noticiarios post mórtem

Hoy me he dado cuenta (mira que estoy tonto últimamente) de que a las siete menos diez todavía está el día salpicando claridades en las fachadas más altas. Ya lo dice el refrán: por San Blas, pon pan y vino en la alforja, que día no faltará. Y San Blas fue el domingo. Se me está yendo el invierno como un pensamiento repentino que tuviera más de repentino que de pensamiento. Lo peor es que no sólo me pasa con el invierno, sino con todo lo demás. Pero ya sé que en la cuesta abajo el camino es más ligero, muchísimo más ligero; y eso que el corazón ya no se lleva en ristre, como de joven, sino a la espalda, como la adarga de los vencidos.

Si empiezas con lloreras, me voy de p…

Mira que llega a ser bestia este Hyde. No, no voy a “llorarme”, sino a reírme. A carcajadas si es posible. Por ejemplo, de un servicio funerario que, según leo, ha empezado a funcionar en Barcelona. “Crónica de un adiós” se llama al parecer. Es simple: un periodista asiste a las ceremonias, entrevista a los asistentes, recoge información sobre el finado y redacta los hechos para una publicación “en formato papel” (próximamente, también "informático") que entrega a los familiares a cambio de 190 euros. Es, más o menos, como los jeroglíficos de las pirámides, pero modernizado, “como más de hoy”, que diría cualquier imbécil habitual. Aquí es donde se produce la carcajada.

Pero, un misántropo como yo, no puede reírse durante mucho tiempo: le falta el hábito. Un misántropo como yo acaba entristeciéndose o cabreándose. Me iré por lo segundo, por lo mucho que llevo ya de abuso en lo primero. Me he referido al Egipto milenario sin aclarar algo fundamental: los hombres aquellos “creían”, los de hoy sólo “pagan”; los hombres aquellos “esperaban”, los de hoy sólo “emulan titulares”. A mis ojos, equivocados sin duda, la fe y la esperanza dan un crédito de grandeza al dolor que me cuesta ver en el “abono” y la “emulación”. Porque la fe y la esperanza podrán ser una mentira o un error; la “emulación”, sin embargo, siempre es una farsa. Y yo, desde luego, entre un equivocado y un farsante, me quedo con el equivocado.

La comercialización del dolor (como la del amor, como la de todo lo auténtico en el hombre) es un insulto al dolor: nunca se me olvidará el profundo asco que sentí en el alma cuando, recién fallecida mi madre, un diligente empleado del tanatorio nos enseñaba, a mi hermana y a mí, el catálogo, en papel couché y a "todo color", de los distintos modelos de féretros con el precio, naturalmente, al margen.

…Así que, amigo Hyde, los días son más largos, el tiempo que me queda más corto y la tristeza del alma (recaigo de nuevo) cada vez más grande.

miércoles, 6 de febrero de 2008

La pregunta de mayor enjundia filosófica

La pregunta de mayor enjundia filosófica no se formula en aulas universitarias ni en congresos especializados. La pregunta de mayor enjundia filosófica se hace a los niños desde una amplia y cariñosa sonrisa:

­–A ver, guapo: ¿tú qué quieres ser de mayor?

Querer y ser, la afirmación de uno mismo enfrentada a la más neta metafísica por la curiosidad amorosa (filo-sofía en estado puro) del preguntante. ¡Voluntad y ontología llevadas a la praxis decisoria de un pre-púber...! Porque al púber ya no suele preguntársele eso; lo que al púber se le pregunta, desde una amable sonrisa, es algo más operativo y más cercano:

­–A ver, ¿qué piensas hacer cuando acabes la E.S.O.?

La voluntad se ve desplazada por el pensar (verbo éste que, por otra parte, se halla en riesgo inminente de extinción) y el ser por el hacer. Podríamos decir que la filosofía se hace entonces existencial o, por lo menos, vitalista. Se abandona la idea de que el ser sea una consistencia perseguida por la autodeterminación, y se pretende la reflexión en el quehacer de la vida o la existencia propias.

Cuando el púber ya pisa contundente la adolescencia, sale los fines de semana hasta entrada la madrugada, fuma, bebe, rompe papeleras, pinta fachadas, repite 2º de E.S.O. y tiene pendientes todas las materias de 1º, la pregunta olvida sus pretensiones filosóficas y se vuelve “pregunta a secas" desde una artificial sonrisa:

– ¿Qué vas a hacer cuando cumplas los dieciséis…?

Porque, a esas alturas, ya se ha abandonado la idea de que el adolescente acabe la E.S.O.; fundamentalmente porque él ha dicho, hasta el aburrimiento, que no quiere estudiar, que lo que quiere es trabajar. Esta sorprendente resurrección del querer es ilusoria, sobre todo porque su predicado trabajar es, como diría un neopositivista, un término carente de sentido: el adolescente suele tener la confusa representación mental de que el trabajo consiste en visitar una ventanilla, vestido con un mono (de trabajo, claro), para que le paguen el dinero que tiene que gastarse el fin de semana...

¿Y qué es lo que suele ocurrir a continuación?... Simplemente, la pregunta de mayor enjundia filosófica acaba en una papelera, arrojada al suelo de una patada por un joven que quería trabajar… Después, se mea encima.

No consigo, ni en broma, salir de la tristeza.

martes, 5 de febrero de 2008

La voluntad y el tiempo

Y así pasan los días por el alma
Alfonsina Storni


Los días se disfrazan
de historias no posibles
si se inventan los días,
si se sueñan o fingen.

Los otros, los que están
circulando impasibles,
nacen de no sé qué
y el tedio los suprime;
o se llenan de polvo
y se extravían tristes…

Cuerpo de cosa alcanzan,
alma de olvido exhiben.

Pero si son empeño
de crear lo increíble,
si se creen voluntad,
su fantasma sublime
se desprende del tiempo
con blancas alas libres.

Se disfrazan de sueños,
y soñar los redime.

No son días entonces:
son nosotros… ¡Y viven!

(febrero 2008)

lunes, 4 de febrero de 2008

El hombre del teléfono

Todas las tardes a eso de las siete cruzaba la calle de Pechuán. Era un hombre de cierta edad (entonces, hubiera dicho "mayor", hoy prefiero el circunloquio eufemístico, ¿por qué será?...), mal trajeado, pelo gris, gesto de mal humor congénito. Tenía unos andares peculiares y asimétricos: la pierna derecha con una zancada bastante más larga que la derecha, creo que por un problema de cadera. No era cojo, pero lo parecía.

Todas las tardes, a eso de las siete y dos minutos, entraba en el bar “La Plaza”. Pedía una caña y una ficha de teléfono, entonces había teléfonos públicos en los bares y unas fichas redondas, como pesetas acanaladas, que permitían el servicio. Estaba un ratito hablando, gesticulando ostensiblemente incluso. Luego colgaba y se bebía de un trago la cerveza.

Todas las tardes, a eso de las siete y veinte, volvía a cruzar en sentido contrario la calle de Pechuán y se perdía por la de Gabriel Lobo, cuando Gabriel Lobo llegaba hasta donde ya nadie sabe, como una sombra irreal…

Años después me enteré de que aquel pobre hombre estaba loco, que marcaba siempre el mismo número y nunca su última cifra, que el dueño del bar le conocía de toda la vida, que aquella apasionada y gesticulante conversación era con un silencio inmenso y triste, era con una sombra imaginada…

La verdad, no sé por qué me he acordado hoy de este hombre.

domingo, 3 de febrero de 2008

Saldos del alma

Por fin ha llovido. Hoy tenía Madrid esa cara seria de los días grises. Ya se sabe que a mí me gusta la seriedad: me produce fatiga el enfermizo afán de nuestro tiempo por la diversión y el chiste. No sé si hay eras en el horóscopo chino; si las hay, ésta debiera ser la era del mono, un vertebrado insolente y divertido; para mí, el animal más insufrible después del hombre que renuncia a su vocación de ángel. Maldita la gracia que me hacen uno y otro. Así que bendigo una vez más la lluvia, en mi nombre porque me gusta y me reporta paz al espíritu; en el de los demás, porque les hace bien, aunque no les guste. Pero ya sabemos que lo más habitual es querer lo que nos daña y menospreciar lo que nos beneficia. ¡Cosas de la irracional racionalidad!

“Rigoletto” es un canario que, desde hace muchos años, vive en una jaula en casa de mis padres (sigo diciéndolo así, aunque, para nuestro dolor, mi madre ya no esté en ella). En realidad, no es un canario, sino una canaria, pero cuando se enteraron, ya todos nos habíamos acostumbrado al indebido nombre. El caso es que “Rigoletto”, no sé si en rebeldía porque así lo llamen, ha puesto un huevo. Como no se le conoce pareja, ni aventura de ninguna clase, yo pienso que ha tenido un amor de memoria, una platónica pasión que le ha revolucionado el organismo. Pero tal vez lo que le ocurra es que no quiere morirse sin dejar un hermoso testimonio: la razón de la vida es amar, aunque no se tenga a quién, aunque no se encuentre quien te ame.

Llevo treinta y cuatro horas con un rumor en la cabeza. No un cotilleo pendiente de confirmación, sino un murmullo, un susurro constante, un ruido molestísimo. Algo así como el runrún del motor de un frigorífico viejo. Me acosa el oído izquierdo y, a veces, rebota hasta el derecho. Oigo mal porque los sonidos se amplifican y confunden entre sí. Estoy de mal humor, mirándome los saldos del alma, la almoneda del corazón. Llevo todo el día pensando en Goya, en la Quinta del Sordo, en las pinturas negras, particularmente en Las Parcas… No sé por qué Las Parcas... O, quizá, sí lo sé.

Menos mal que ha llovido. Menos mal que "Rigoletto" (o “Rigoletta”) me ha dado una lección de sencilla belleza.

sábado, 2 de febrero de 2008

La revelación del destino

Últimamente tengo ganas de muy pocas cosas, ¡de muy pocas!... Una de ellas es escribir en verso (?). ¡Qué le vamos a hacer!


Entonces quedará el destino,
la ordenación cabal, la lista
pormenorizada de todos
los hechos que sucederían,
que tendrían que suceder
bajo el compás de cada día.

Y todo será predecible
porque ya habrá ocurrido: dicha,
dolor, fracaso… Espada y lecho;
verbo y amor; melancolía…

Entonces, un minuto apenas
tendré para las profecías.

Se pondrá cárdena la tarde
y se nublarán las sonrisas,
los labios, los besos, los ojos,
las miradas... y las caricias…
y el cuaderno de la memoria...

Sabré –porque fui– qué sería,
qué tendría que ser al cabo.

Sucederá un último día,
un último minuto; solo,
en seria soledad estricta,
en un tiempo sin casi tiempo
de atarme el alma fugitiva.

Entonces… quedará el destino:
el mañana-ayer de la vida.

(febrero 2008)

Recordando a Papini

(He suprimido esta entrada porque era una majadería, y ni Papini se merece un recordatorio que sólo era un pretexto para escribirla, ni vosotros, amigos míos, tener que padecerla. Perdón si alguno la habéis sufrido, ha estado demasiado tiempo en el aire: no fue nada más que el descentramiento excesivo de otro día esquizoide).

viernes, 1 de febrero de 2008

Una visita innecesaria

Me han dado un susto de muerte. Estaba yo fumando un cigarrillo y de espaldas a la puerta, absorto en la molestia que, desde hace algún tiempo, me causo a mí mismo ('Heautontimorumenos', como me definió mi amigo Julio), esa fatiga de andar recorriendo el laboratorio de química orgánica en que estoy encerrado, y he oído un ruido, algo así como una palabra que se queda en la intención de serlo. He girado sobre el sillón y… Casi me caigo. Estaban allí. Los tres, netos y serios; bueno, sólo dos netos y serios porque el gato, ya sabemos, que tiene una ontología difusa que no deja ver claramente si sonríe o no sonríe, si está o ha dejado de estar vivo de una vez. Cosa curiosa es que mostraba una inadecuada actividad: se subía a la mesa, se lamía la pata delantera derecha, saltaba al suelo, curioseaba los libros de la balda inferior… Sin embargo, Hyde –ese que me presté de Stevenson– y el caballero ­–el inactual, el que robé a Azorín para llorar seguidillas una noche de sábado– me miraban con la quietud de los museos de cera.

Casi me caigo. No sabía qué decir ni si debía o no ser amable; o protestar simplemente por su inoportuna visita. Me he decantado por la cortesía: yo no soy Unamuno ni ellos Augusto Pérez. Ni soy su dios, ni son mi obra; sólo, un préstamo y un hurto. El gato me da lo mismo porque es prenda de experimento, y estoy seguro de que a Schrödinger le es indiferente cómo le trate. Los he invitado a sentarse, les he ofrecido una copa, un cigarro… He preguntado por Jeckyll a uno y por el enteco hijo de Monóvar al otro… ¡Nada! Han seguido de pie, netos y serios, mirándome con la frialdad de las estatuas de cera mientras el gato se acariciaba con mis pantalones…

Ya está bien de tonterías: no ha habido visita de nadie ni susto de nada. Ni entiendo a santo de qué viene tanto circunloquio. Si lo que quiero decir es que estoy harto de mí porque llevo la enfermedad de la contradicción en el alma; o que soy un embustero existencial; o que me gustaría ser esa especie de Marqués de Bradomín, que es el caballero inactual que amanece en las tabernas y escribe bajo las farolas sus inconfesables melancolías; o que desearía flirtear con el ser desde la indecisa vocación de un gato vitalmente ambiguo… Si eso es lo que quiero decir, no sé por qué no lo hago, simplemente, y me dejó de tantas zarandajas. Eso y un par de cosas más que he sido incapaz de arrancarme en doscientas setenta y una entradas y casi un año de masoquismo pseudoliterario.