miércoles, 18 de abril de 2007

Vaciando el alma

(Como respuesta al comentario de mi amigo Julio en el “atardecer” de ayer)

Acababa el apunte de ayer aconsejando, en calidad de exótica terapia, un vaciado de los hechos del alma y una conservación de las emociones consecuentes. Entiendo que esto pueda sonar a retórica poética. Sin embargo, está dicho con toda la convicción del mundo. La forma habitual de entender la salud del alma pasa por su adaptación a la realidad; lo que yo propongo es absolutamente heterodoxo: se trata, contrariamente, de adaptar la realidad al alma; de mantener las emociones, pero depurarlas de los sucesos que las trastornan; de anteponer el corazón a la circunstancia y hacer luego con esta lo que se nos antoje. Se trata, pues, de perfeccionar o inventar, incluso, la memoria.

¿Cómo se hace esto? Tenemos, una vez más, un egregio ejemplo en Don Quijote, que conserva sus sentimientos en estado puro y acomoda a ellos la realidad torticera. Tiene una pasión y un mundo desapasionado (al que, por cierto, acaba apasionando con aquélla). Si necesita ejércitos y lo que halla son rebaños, hace el correspondiente ajuste para que los hechos vayan por donde deben. Tiene un amor y el pretexto de una aldeana vulgar, y el resultado es “mi señora Dulcinea”. Claro es que existen los curas y barberos (como ahora, aunque con otros nombres) empecinados en adaptar a Don Quijote al mundo; y junto a ellos toda esa insensata sensatez que certificaría que de lo que hablo es de la pérdida del juicio.

Pues si de locuras se trata, añado –para salvarme del diagnóstico– que el procedimiento de esa depuración y conservación extravagantes lo tenemos todos en la palabra. Muchos apuntes (yo diría que todos) de este blog comulgan con tal proceder. Así El gato de Schrödinger, abriendo la puerta a otros universos donde soñarnos en realidades paralelas; o El vendedor de recuerdos irreales, proporcionando pasados más amables a nuestra desolación; o La pasión del cómico, recorriendo la potencialidad ontológica del alma; o Raptar una sonrisa, recuperando un caminante, al pasear por “otro mundo”, un gesto hermoso que en el suyo no le fue dedicado. O Actos inútiles… O Poner puertas al alma… O Sísifo victorioso… Y muchos, muchos más, que podrían resumirse en aquel nostálgico Literaturizar la vida.

Así que hay dos vías para ese vaciar el alma y guardar las emociones: o nos hacemos con un caballo, un yelmo, una lanza y una inmensa llanura; o, simplemente, lo escribimos… O lo soñamos.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Un vaciar el alma limitado a la literatura y el sueño. (O, también, expandido por la literatura y el sueño.)

Antonio Azuaga dijo...

Expandido, siempre expandido; ni el sueño ni la literatura son limitados. De todas formas, siempre queda la lanza y la llanura (tus "landas"), aunque es más complicado.

Anónimo dijo...

Da igual escribirlo o soñarlo. Lo importante es vaciar el alma. A veces, es tan necesario como respirar...
Me estoy acostumbrando a los vaciados de tu Atardecer. Es un hermoso y plácido paréntesis en la vorágine de mi actividad, que me conforta y me aisla dulcemente de lo cotidiano. ¡Gracias Antonio!

Anónimo dijo...

¡Y tanto!

Antonio Azuaga dijo...

No, gracias a ti. ¡Yo confortando! Bendito sea Dios; yo, que "no soporto" nada, haciendo soportables, qué digo soportables, confortables las islas de lo cotidiano... ¡Encantado!
Y besos.

Anónimo dijo...

No vaciamos el alma; extendemos su contenido, lo contemplamos y vuelta a empezar. Hasta que se colma. Después, la muerte, la nada.

Antonio Azuaga dijo...

Dejemos, de momento, la muerte: da para todo o para nada, según se mire. Pero, a veces, hay que hacer "limpieza" en uno y "recolocar" los hechos en las emociones. Mientras se está vivo, naturalmente.