lunes, 23 de abril de 2007

Descubridores o creadores

A veces dudo si los quehaceres del arte en general, de la literatura en particular no son, al igual que otros quehaceres de la inteligencia humana, una aventura de insólitos descubrimientos antes que una tarea de creación de dioses menores. Quiero decir, si el arte hace existir lo que ya era, o hace ser lo que aún no existe. Ya sé que esto segundo es lo que goza del aplauso unánime; pero, puesto a llevar la contraria –que me entusiasma– y siendo consecuente con mi cacareado platonismo, debiera sin mayor titubeo proclamar la conjetura del aventurero; es decir, que el arquetipo, el modelo, el sublime personaje, existen ya en algún pliegue de perfecciones previas; y que su material artífice –el músico, el pintor, el poeta– es, como aquellos aguerridos extremeños que cruzaban el Atlántico, un buscador de oro, gloria o fama, un soñador de maravillas al que su alma se le queda estrecha, un visionario de prodigios, un demiurgo imprescindible.

Afirmar que la Novena Sinfonía es anterior a Beethoven, o que Don Quijote cabalgaba por inextensas llanuras antes que Don Miguel se lo encontrara, no deja de ser una extravagancia. Aunque a mi parecer es igualmente extravagante el encuentro de Newton con la gravitación universal o el de Kepler con las elipses de la noche (tan poco platónicas, por cierto). Entre la intuición del científico, la inspiración del artista o el tozudo trabajo de ambos yo no veo diferencias, como tampoco las veo en los resultados de sus dispares empeños. La única diferencia entre el descubrimiento del primero y el del segundo está en la consideración de su destinatario. Aquél, cómo no, es parcial, es especializado, se dirige a esa porción del hombre que es su racionalidad. El artista, sin embargo, es arquero de universal ambición: su diana es el ser humano en su totalidad. Para entenderme bastará releer el apunte De la razón a la sensibilidad de hace un par de domingos.

Sirva esto de homenaje al extraordinario descubridor de Don Quijote que hoy recordamos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo. Todo era, incluso antes de ser dicho por el primero. Y, desde entonces, no hacemos más que repetirnos, con mayor o menor fortuna, con ínfimas variaciones, con idéntica perplejidad ante lo "descubierto" como si acabara de ser "creado". Somos muy primarios y demasiado parecidos, y son los mismos pocos estímulos los que nos mueven a través de los tiempos y los espacios.

Antonio Azuaga dijo...

¡Qué bella precisión! De todas formas, algunas no sois nada "primarias" ni nada "parecidas" y, aunque los estímulos sean iguales, el ojo que los ve es que los transforma.

Anónimo dijo...

Que extraordinaria reflexión, aunque yá intuíamos algo de eso. Mandelbrot descubrió esas caóticas y bellisimas imagenes fractales, Velázquez una nueva dimensión en la luz y sus personajes y Cervantes las correrías del viejo hidalgo, explorando los rincones de su cerebro. Lo único que necesitamos es el coraje de comenzar una aventura y el talento para culminarla.