martes, 24 de abril de 2007

Macrocosmos y microcosmos

Todas las estrellas mueren de inmensidad, de su propia inmensidad. Cuando la fuerza eficaz se ha consumido, cuando el desecho –la sentina de vivir– adorna su vejez con un inusual crecimiento, la noche barrunta el derrumbamiento definitivo. Un bostezo gigante que precede al sueño denso y oscuro, final y eterno. También los imperios mueren de grandeza (los imperios acaban muriendo de sí mismos) cuando sólo les queda la inercia del poder, aquél que se forjó en el coraje bendito de la necesidad y se volvió brillantez excesiva, pompa innecesaria, lujo y espectáculo.

No he dicho nada nuevo; en realidad, nunca digo nada nuevo. Recorro mi cada vez más precaria memoria y en sus rincones hallo palabras, señales más o menos bellas, ecos de lejanas lecturas, de emociones remotas empolvadas por los años. Las exprimo de nuevo, las retuerzo, las obligo a salir de su refugio de silencios, a veces con dolor, a veces con crueldad. No tienen ya el vigor de entonces, no rodean a nada ni refieren a nadie con la danza de sus signos. Algunas aún conservan cierta luz, pero se eclipsan definitivamente cuando un hecho cualquiera, un gesto adverso desvían su voluntad, su órbita ignorada. Y entonces sólo inflaman el terrible fantasma de las cosas cotidianas, su vaciedad conmovida en tanto atardecer; o se limitan a consumir con decisión heroica el jirón de vida que les queda.

Estrellas lejanas que se agotan, confiados imperios que sucumben, habitantes del atardecer… Mejor que yo lo dijo Leibniz: Cada porción de la materia puede ser concebida como un jardín lleno de plantas y como un estanque lleno de peces. Pero cada rama de la planta, cada miembro del animal, cada gota de sus humores es, a su vez, un jardín o un estanque semejante.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin duda, mi querido Antonio, sin duda. Somos un "ser para la muerte"; nuestra sencilla existencia alcanza su plenitud en el momento mismo del parto (esta verdad ya la pregonaban las medievales Danzas de la Muerte) después, el lento (o presuroso según se mire) caminar hacia el "sueño denso y oscuro". En lo que no convengo es en que tus brillantes reflexiones no tengan vigor. Son magníficas Antonio. No quisiera perderlas.

Antonio Azuaga dijo...

Gracias, Félix; gracias de verdad. No son brillantes, son bastantes opacas. Lo que ocurre es que me he pasado de los años que tenía previstos. Estoy consumiendo los elementos más pesados de mi personal sistema periódico en un difícil equilibrio entre “energías nucleares y fuerzas gravitacionales”, hinchándome como un globo de gas o de palabras (no sé por qué llevo tantísimo escrito desde enero de este 2007) y aguardando el colapso. Estoy seguro de que hay un colapso; o, a lo peor, lo estoy deseando. Pero tranquilo, maestro: sigo siendo capaz de representar casi cualquier cosa. Un histrión siempre es un histrión.