jueves, 5 de abril de 2007

A propósito de hoy

La realidad de la "cruz" tiene una notable presencia en nuestra lengua: uno "se hace cruces" ante determinado sorprendente suceso, otro jura y amenaza “por esta cruz”, un tercero está “entre la cruz y el agua bendita” advertido de inminente peligro e incluso alguno "carga con su cruz" con espíritu de piadosa resignación.

Infortunadamente la precariedad de nuestras ideas acaba por empobrecerlo todo, como si fuéramos incapaces de ir un poco, solamente un poco, más allá de lo que el primer sentido de los símbolos nos sugiere. La "cruz" es dolor –¡cómo negarlo!– y eso es lo que nos embota la razón, porque el dolor lo interpretamos sólo desde el padecimiento del daño. Pero el dolor excede la animal interpretación del sufrimiento: el dolor también es racional efecto de nuestra intervención en la realidad. En este sentido, la "cruz" es mucho más que la resignada aceptación del infortunio con que la adversidad nos pone a prueba: la "cruz" es la reafirmación histórica de la libertad, el encadenamiento trágico del hombre a las consecuencias de su particular naturaleza. Y para decírnoslo, asumiendo la muerte como precio de su libertad, el propio Cristo –tanto da para este caso que se le piense como Dios o como personaje de especial significado en la Historia– arrostra la circunstancia injusta, afronta su determinación y "carga con la cruz" de la realidad que ha elegido. Aunque nos pese, la "cruz" es la responsabilidad, no la pasiva aceptación de un destino adverso.

Nuestro agnóstico siglo debiera aplaudir esta pedagogía si realmente fuera tan amante de la libertad como proclama. Que tal no ocurra es consecuencia, de nuevo, del fariseísmo ideológico que vivimos: no nos engañemos, el concepto de libertad está tan prostituido como el resto de nuestra mendaz axiología. Ser libre es ejercer el antojo y olvidar inmediatamente. La responsabilidad ha sido arrancada de la ética y colgada en el ropero de los armarios institucionales. Por eso no hay "responsabilidad", sino "responsabilidades" (ya hablé de la “divisibilidad” como la gran enfermedad nuestra), plural éste que la aparta de cualquier tentación de universalidad humana y la cosifica, la metamorfosea en simple secuela que deriva del ejercicio de una actividad socialmente evaluable. Fuera de ello los hombres y mujeres de hoy no son responsables de nada que concierna, ciertamente, a su moral esencia. Pero entonces ¿de qué libertad hablamos?, ¿de ese engendro bucólico de fábula infantil que se empeña en proclamar que los "pajarillos" del campo son libres? Hemos perdido por completo la seriedad de los argumentos: queremos hacer lo que se nos antoje sin tener que pedirnos a nosotros mismos cuentas de nada, queremos que la "cruz" sea liviana, mejor aún, que "no sea cruz", queremos construir el ser, pero como si el ser nos fuera dado y nada tuviéramos que responder por ello, queremos una libertad que se autoaniquile.

El hombre ya no es una "pasión inútil", que decía Sartre, sino una pasión cobarde.

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