lunes, 9 de abril de 2007

El parentesco con la holoturia

Existen mecanismos extraordinarios de defensa en la naturaleza. La idea siempre es que la vida siga adelante, que pueda continuar desafiando esa contumacia del silencio definitivo al que se le van las horas excavando galerías bajo nuestras pisadas. En este sentido, la holoturia (un ser poco agraciado, por cierto) se me antoja particularmente sorprendente. Un animal que practica una especie de pseudosuicidio para sobrevivir, que arroja su alma al exterior para eludir una situación de peligro inminente es, reconozcámoslo, un personaje peculiar. Habría que matizar, tal vez, que lo de “arrojar el alma” es una metáfora, en realidad lo que hace es expulsar sus vísceras; y además, el tanático gesto tiene trampa pues, en algunas semanas, las reconstruye con elegante displicencia. En cualquier caso me parece una catarsis espléndida por amor a su vida.

Yo no sé si Freud era experto conocedor de este extravagante equinodermo, de lo que estoy seguro es que el psicoanálisis practica una estrategia bastante similar. Y quien dice el psicoanálisis dice otras muchas industrias culturales y religiosas con que los seres humanos hacemos por salir adelante y eludir la amenaza constante en que el vivir se acerca al no vivir, o al desvivirse al menos. En mi caso, no me cabe la menor duda: escribo –poesía sobre todo, que es tanto como arrojar al exterior los malheridos tejidos del alma– cuando me siento en peligro, cuando la realidad me acorrala y no me deja ningún desfiladero para la retirada honrosa, cuando los hechos sitian ese vulnerable fortín que es la soledad de uno.

Claro que esto me pasa a mí, que no gozo de la poesía como ejército de empresas grandes sino como herrumbrosa espada de supervivencia en mis desiertos. La literatura –qué extravagancia– es mi parentesco con la holoturia.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo peor del bicho es su nombre: ¡¡¡holoturia!!!

Anónimo dijo...

Pues aún son peores los otros. Imagina estos títulos: "El parentesco con el cohombro" o "El parentesco con el pepino de mar". A cual peor ¿verdad?

Anónimo dijo...

¡Y tanto!