sábado, 14 de abril de 2007

In memoriam

Me ha venido por uno de esos destellos imprevisibles de la memoria. Era un buen amigo. Fue un gran profesor. Tenía esa madera, adormecida por los años, de los que, siendo poetas de verdad, no hallaron quizá la dársena propicia para construir su barca. Hablaba con él de Literatura y del tiempo, no del que llueve o solea los campos, sino del que hace y deshace los paisajes del alma. Si yo empezaba:

Y pues vemos lo presente
como en un punto es ido
y acabado...

Redondeaba él:

si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.

Y, del brazo de Jorge Manrique, continuábamos después desentrañando lo divino y lo humano de este quehacer irreversible de los días y no-días en que fraguan nuestros sueños su destino. Era hombre de hermosas palabras y definida elegancia en su uso. La vida acabó haciendo con él lo que con todos, más hoy o más mañana, hace. Se llamaba Jesús María Rodríguez y, allá por 2002, dediqué a su recuerdo este soneto que pongo hoy aquí, por si acaso las almas que nos han dejado, leen también en estas industrias de hogaño:

Quiero soñar que ahora estoy contigo,
que me oyes y me ves, que me consientes
las horas y la luz supervivientes,
las aulas que nos dan dolor y abrigo.

Quiero creer que estoy y estás conmigo
repasando los días y las gentes,
y que siembran de nuevo adolescentes
tus hermosas palabras, viejo amigo.

Quiero anular tu ausencia, que no pueda
diluir en silencio tus asuntos,
distraer tu memoria en el olvido.

Quiero creer, saber que aún nos queda
tiempo para empezar un verbo juntos
en el claustro de un verso atardecido.

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