lunes, 2 de abril de 2007

Estereotipos y paradigmas

Es curioso, pero, de tanto apelar a nuestros saberes y conocimientos como rasgos distintivos frente a las demás especies, se nos ha olvidado que lo que auténticamente nos diferencia de ellas es que somos el único animal capaz de creer. Las abejas saben geometría de prismas hexagonales, los castores ingeniería hidráulica, las cigüeñas arquitectura doméstica… Por supuesto, ninguno sabe que lo sabe, pero no por ello dejan de ser saberes. Lo que no pueden hacer ni la abeja ni el castor ni la cigüeña es “creer”. Eso es cosa nuestra.

Lamentablemente nos hemos vuelto demasiado pragmáticos y las creencias no reportan ninguna utilidad material. Suponen, eso sí, valor moral y paradigma: una suerte de brújula que marca remotos nortes para impedir que naufraguemos en el inevitable caos que es la vida. “Pero esto ¿para qué sirve? – me dirán–: uno puede vivir perfectamente siguiendo estereotipos y consignas incorporadas de los demás que, a fin de cuentas, son sociedad ya civilizada”. Dejando aparte eso de que nuestra sociedad sea ya civilizada, no sé si se podrá “vivir realmente” así; pero sí sé que, como en teatro, la inmoralidad consiste en el gesto acomodaticio, en el ademán que, por esperado y manido, traiciona la credibilidad del actor en escena. La inmoralidad es la encarnación del estereotipo.

Y es que una cosa es el intérprete de estereotipos y otra, muy distinta, el seguidor de paradigmas. Aquél es un sujeto convencional; éste, un tipo moral. Y así, mientras el "intérprete" se limita a reproducir el modelo recibido sin asumir ni analizar nada, el "seguidor" analiza y asume el paradigma; pero no lo interpreta: lo vive moralmente. La Historia ha atravesado etapas de uno y otro sello; no nos será muy difícil identificar en cuál estamos ahora.

Aunque ya sabemos que la entropía acaba imponiendo su dramático fatum; y, a fin de cuentas, un estereotipo no es otra cosa que un paradig­ma en avanzado estado de descomposición.

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