domingo, 15 de abril de 2007

De la razón a la sensibilidad

En la pared que queda por frente a donde siempre escribo hay un cuadro de Claudio de Lorena. Se trata de una réplica del “Embarque en el puerto de Ostia de Santa Paula Romana”. Me lo regalaron hace casi treinta años y desde entonces ha sido testigo y compañero mudo de mis desalientos y mis entusiasmos. De Lorena, en general, de este lienzo, en particular, siempre me ha conmovido la luz, esa luz crepuscular que sale desde el fondo, desde el centro geométrico del fondo, a partir de un disco solar tenue sólo presumible en visión indirecta, y luego me arrastra la mirada hasta el muelle donde llego a oler el mar en el color del mar. Mi conmoción es, pues, una conmoción sensorial, un confusionismo entre la vista y el olfato, entre un sentido evolucionado y un sentido arcaico.

Creo que esa es la función de cualquier manifestación artística, conmover, arrastrar a la razón al juego de la sensibilidad, o de la "sensorialidad", o de la sensualidad; sacudir a la conciencia intelectual un varapalo de vida en que la inteligencia se encuentra con el alma en el cruce de una cenestesia maravillosa. Tanto da que sean palabras que nos enternezcan, notas musicales que nos entusiasmen, formas que nos emocionen, volúmenes que nos impresionen o colores que nos seduzcan. El arte estará siempre más allá del conocimiento, más allá del contacto inteligente con el mundo porque arrancará al mundo de su simple comprensión y lo devolverá en perfecta armonía a la doble dimensión, animal y angélica, que nos define. Es la honda y machadiana palpitación del espíritu.

Por eso me deja frío el intelectualismo en el arte, por eso no soporto la palabra "investigación" como compañera de viaje de ninguna de sus manifestaciones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Mítico Lorena y precisa reflexión!