Ya no es Jekyll lo que era. Hoy, por ejemplo, me ha dejado esta nota en el escritorio:
Noto el silencio, ese raro silencio que no niega el sonido, pero duele en la palabra; que se hace sentir en el olor de las cosas o en la yema de los dedos; o en la fibra terminal de una mirada que cruza fortuita por nosotros. Ocurre como ocurre una advertencia de signos inefables: más allá de lo que nunca llegará a decirse, más allá de lo que nunca se podrá pensar.
Un día, de pronto, sucede el silencio, como el olvido sucede, sólo advertido por alertas experimentadas, sólo sabido por entrenadas memorias.
Y es un día como todos los días… Aunque, dolorosamente vacío.
Noto el silencio, ese raro silencio que no niega el sonido, pero duele en la palabra; que se hace sentir en el olor de las cosas o en la yema de los dedos; o en la fibra terminal de una mirada que cruza fortuita por nosotros. Ocurre como ocurre una advertencia de signos inefables: más allá de lo que nunca llegará a decirse, más allá de lo que nunca se podrá pensar.
Un día, de pronto, sucede el silencio, como el olvido sucede, sólo advertido por alertas experimentadas, sólo sabido por entrenadas memorias.
Y es un día como todos los días… Aunque, dolorosamente vacío.
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