lunes, 12 de noviembre de 2007

Entre “Caminito” y Delfos revertido

Hoy he vuelto a poner tangos en el coche, como haciendo un ejercicio de heroica arrogancia o una práctica de psicología experimental para ver hasta dónde era cierto eso que dije el otro día de que ahora me duelen. Y no he notado diferencia; no con otros dolores de otras cosas que últimamente han esmerado el arte de dañar por esto o por lo otro, por cualquier motivo que salte entre las horas con el pulso entrenado de un tirador perverso. Y no hablo tanto de los tangos por adjetivación gentilicia de mi vida o mi memoria, sino por una rara costumbre de la melancolía.

Con ella he vuelto hoy canturreando “Caminito”, en desigual dúo con Gardel, con las cuatro ventanillas subidas, no me fueran a oír en los semáforos. Y con ellos, pensando que la vida es un ir que no quiere llegar a Delfos. Porque en Delfos no se lee el futuro sino el pasado. Porque tarde o temprano somos nosotros quienes nos sentamos sobre el trípode y bebemos de la fuente de Castalia y descubrimos la verdad, entrañada y al mismo tiempo extraña. Todo está con nosotros, todo estaba en nosotros. Ése es el misterio a que damos la espalda, ése el conocerse reflexivo que proclamaba el templo de Apolo y luego se apropiara Sócrates. No se trata de ninguna recaída en fatales determinismos. No nos dice Delfos que lo que fue es lo que tenía que ser en cualquier caso, nos dice lo que somos mientras vemos lo que hemos dejado de hacer. Nos arroja la voluntad eludida frente a los hechos a que nos abandonamos. Tampoco es juicio ni castigo, porque Delfos ni juzga ni condena: es lectura del "talento" prestado y de su cobarde enterramiento.

Por eso nunca es la propia una carga ligera. Hay que entrenar mucho al corazón para que siga tirando del cuerpo: la gallardía siempre se ha ejercitado en coordenadas inhóspitas.

Se ha acabado el tango con su inevitable acopio de renuncias:

…yo a tu lado quisiera caer
y que el tiempo nos mate a los dos.

Porque no es plato de buen gusto descubrir que el augurio no es sino la biografía que no supimos escribir.

Seguiré sus pasos...
Caminito, adiós.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Qué casualidad, Antonio! Vengo ahora de escuchar a un espléndido cuarteto de cuerda (obras de Arriaga, Turina, etc,...), que nos ha regalado de propina ¡un tango de Gardel! Lo conocía, pero no le pongo título. Seguro que tú habrías sabido de qué pieza se trataba.

Antonio Azuaga dijo...

Si yo le diese a "la cuerda", iría por "La cumparsita" o "Por una cabeza"... Pero, a pesar de lo que parezca, tengo poca cuerda.