viernes, 23 de noviembre de 2007

La inadvertencia


Lleva mi nada allí una eternidad,
ajena al mundo –¿qué es el mundo?–,
extraña al día –¿qué habrá sido
de esa última luz que la guiaba?–…

Tiempo que ya no es tiempo, sino ruina
medida en soledades. Tiempo y nada
que no quiere ser nada y no ser tiempo.

Lleva una eternidad sin ir al templo
de tus ojos, sabiendo singladuras
de naves extranjeras que allá arriba
dejan la estela blanca de su paso.

Y tú, que no respondes, que no enciendes
al polvo de ser nada inadvertida
el signo de ser alma enamorada,
que le has negado el último refugio
de, una vez más, mirarla, de tenerla
a salvo en una imagen, protegida
de la noche en el fondo de tus ojos,
en ese altar de luz que no la mira
hace una eternidad de niebla y frío.

(noviembre, 2007)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo también, por admiración, callo.

Antonio Azuaga dijo...

¡Venga, Julio, que no hay color! De todas formas, gracias, y perdón por la empanada de “c” que han salido por donde no debían.
Un abrazo