jueves, 15 de noviembre de 2007

Psicopedagogías de otoño

A la hora de resolver cualquier problema en un período determinado de tiempo, los escolares se dividen en tres categorías: los ansiosos, los cerebrales y los tardo-melancólicos. Los primeros, comúnmente llamados “agonías”, quieren solucionarlo todo en el primer cuarto de hora del intervalo disponible. Sus resultados suelen ser un desastre. Los cerebrales, también conocidos como “cuadriculados”, dosifican esfuerzos, ponderan los plazos, acomodan las respuestas al curso sosegado de las preguntas y alcanzan soluciones de solucionario. Finalmente están los tardo-melancólicos, a los que solemos referirnos como “dejados”; son la antítesis del ansioso: se ocupan del problema media hora antes de que expire el plazo, aunque sus conclusiones son tan desastrosas como las de aquél.

Como en todas las tipologías, podríamos decir que no existen tipos puros, o mejor, que afortunadamente no existen tipos puros. Se me antoja poco deseable la convivencia con ninguno de ellos. El primero y el último agotan el sistema nervioso de cualquiera; el segundo es un pedante en la especie que le hace a uno añorar la maza y la carrera en pos del mamut de cada día. No resulta fácil ponerse aristotélico y buscar la virtud medianera entre tres imperfectas perfecciones. Así que lo más justo es concluir que esta tipología no sirve para nada, que es lo mismo para lo que sirven las psicopedagogías cientificoides que lo único que hacen es acumular estadísticas para elaborar tipos y poder aplicar después las correspondientes etiquetas; y una vez aplicadas, reconvertir los productos mediante el cambio de aquéllas hasta la asignación, siempre inviable, de la etiqueta estelar, de la “buena” de verdad, de la que hace del niño coñazo un niño normal (?).

Afortunadamente, mi tipología es polivalente y puedo aplicarla a lo que me dé la gana. Por ejemplo, a este otoño que nos ha salido tardo-melancólico, que se ha tirado mes y medio coqueteando con el veranillo de San Miguel y se ha dado cuenta, de pronto, de que tenía un montón de deberes pendientes. Así, lleva dos días de agobio, arrancando de prisa y corriendo las hojas de los árboles desconcertados, bajando las temperaturas con angustiosa precipitación, despertando estornudos y “moqueras” incontinentes. Pero, claro, se le olvida algo, se le olvida la lluvia, fundamental para todos y, en especial, para mí.

Como sigamos así, se me va a secar el blog.

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