martes, 13 de noviembre de 2007

Un objeto molesto

Lo he puesto en un rincón de la mesa, detrás de los altavoces del ordenador que, por cierto, no funcionan. Luego me he sentido inquieto, me distraía tenerlo tan cerca y no podía evitar mirarlo de cuando en cuando. Así que lo he guardado en el primer cajón de la otra mesa, la que queda a mi izquierda, la que parece, la que sigue pareciendo por mucho que me empeñe en lo contrario, una papelería anarquista. Y nada; otra vez igual. Ahora no lo veía, es cierto, pero no podía ignorar que estaba ahí. Un poco enfadado –últimamente me enfado con una facilidad pasmosa–, lo he sacado de su embarullada residencia (hay que ver el cajón para comprender el epíteto) y me lo he llevado a la estantería que queda a mi espalda cuando escribo. He sacado los tres tomos de las “Obras escogidas” de Lope y lo he embutido detrás con impaciencia evidente. Cuando he vuelto a sentarme, ha empezado a dolerme la nuca, y la espalda, y el respaldo de la espalda, y las patas traseras de la silla…

No sé qué hacer con él. Me molesta, me abruma, me distrae, me confunde. He estado indagando por cuánto podría venderlo. Una miseria: la oferta más alta no ha llegado a cincuenta euros; además, el supuesto comprador tenía un gesto despectivo y una intención improbable. Así que, nada: vuelta casa para dejarlo en su sitio. Y volver a trabajar con sus vacíos y sus zarandajas, con la aburrida puntualidad de sus averías y las advertencias inquietantes de su silencio, con su mal engrasada tristeza, con su narcisista obsesión de no dejarme en paz…

No sé qué hacer con él. No sé dónde poner el corazón que no moleste.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Claro.....Es lo malo de tener un corazón tan grande; que ocupa demasiado, que duele, que se encoge, que se expande, que se sale de su sitio sin poder evitarlo.

Antonio Azuaga dijo...

Gracias, Inma; te excedes en generosidad: no es tan grande, pero incordia.