sábado, 17 de noviembre de 2007

Vieja Europa

(Demasiado largo. Perdonad, no lo merece la punta del iceberg, pero sí la ignorada parte sumergida. Mañana será más corto; o no será, para compensar).

La vieja Europa no es ya una vieja cultura, una ancestral civilización. Europa es un mundo viejo, o mejor dicho, un mundo chocho. Porque chochea, qué duda cabe. No hay día que no compita consigo misma en baremos de idiotez. Es como lo de la “medalla del amor”, pero cambiando el predicado: “hoy soy más tonta que ayer, pero menos que mañana”. Ayer, por ejemplo, al azar de las melancolías vespertinas, leí por estas redes la propuesta cartelera de Eurostar, que quiere promocionar el turismo londinense a la sombra de los beneficios de ese velocísimo tren, que, por debajo del Canal de la Mancha, une París con Londres dejando zanjada, definitivamente, la Guerra de los Cien años y el asuntillo aquel de Juana de Arco. La campaña, “inteligente” sin duda, muestra entre sus ofertas a un fornido skin head, con todos los atributos de la animalidad (y la cruz de San Jorge, por cierto, pintada en su espalda desnuda) frente al arco poderoso de una grandiosa meada que certeramente atina en una delicada taza de té. Me importa un comino la cursilada del té de las cinco, lo mío es el bourbon y/o la cerveza a cualquier hora, pero leo en el gesto señales idiotas, pedradas al propio tejado, calambres de debilidad cultural (o mental) a cambio de la venta de un lamentable billete.

Al parecer, los “intelectuales del marketing” confían, para el éxito de su iniciativa, en dos cosas: el buen humor de los ingleses y lo atractivo de aquélla para los turistas franceses y belgas. Si yo fuera inglés, francés o belga me sentiría insultado por esa declaración de intenciones. Si lo primero, porque maldita la gracia que tiene que lo más seductor de mi capital sea un animal trazando hipérbolas de orines sobre una taza, por muy de té que sea. Si lo segundo y tercero, porque los intereses que me presuponen son de admiración a la gorrina barbarie de un bípedo implume por casualidad. Afortunadamente no soy inglés, francés, etc., aunque no tengo muy claro mi patrio consistir: hay cierto lío con esto últimamente. Lo malo es que la campaña tendrá éxito, es decir, que quien “piensa mal”, acierta, como dice un refrán popular.

Tiene Occidente enemigos externos que cometen crímenes terribles, pero dentro tiene una corte de “ocurrentes”, negociantes e ideólogos, infinitamente más peligrosa. Aquéllos matan, amputan y duelen al hombre de bien hasta la raíz del alma. Los otros no se manchan de sangre, sólo minan, desmoronan, corrompen silenciosamente, gangrenan la sociedad y los valores. Engordan sus arcas con la siembra de una podredumbre que va dejando regueros de gente vacía. Son malabaristas del totalitarismo más despreciable que hace cuanto le viene en gana, luego de haber “convencido” a todos y cada uno de que son cada uno y todos quienes así lo quieren. Realmente la publicidad del meón no es más que una anécdota, un grano entre granos, un chiste grotesco. Hay infinidad de indicadores, aún peores, que saltan a diario, pequeños manuales de cómo convertir un millón de cabezas en una idea rentable… ¡y única!

Las culturas se mueren después de chochear un tiempo, el cual suelen dedicar al sexo de los ángeles o de cualquier cosa. No sé qué tendrá el sexo, sea de ángeles, sea de menos ángeles, que huele a muerte, históricamente hablando. Las narices entrenadas debieran preocuparse cuando aquél ocupa las inquietudes intelectuales de los súbditos de su tiempo. Y no lo digo por la meada del cartel, que corresponde a otra función del “órgano indudable” para todos los descerebrados, sino por la enorme tristeza de ver el poquito contenido del escaso continente… que nos queda.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Curiosamente, los señores que tienen esas "ideas" publicitarias se llaman "creativos".

Antonio Azuaga dijo...

… Y con tales perversiones semánticas merodeando el verbo “crear”, no es extraño que la gente luego se defina como agnóstica o atea.