martes, 4 de diciembre de 2007

Frutos del país

Si no hablo –escribo, quiero decir–, reviento. ¡Y mira que me había propuesto no volverlo a hacer! Pues, como si nada. El caso es que hoy me he enterado –¡otra vez!– de que vamos de horror en pánico; de que esto de la educación tiene un mal olor creciente; de que no sólo no hemos mejorado, sino que estamos peor que hace tres años. En comprensión lectora bastante peor, en matemáticas algo peor, en ciencias igual de peor… que en 2003. Y esto me pasa por leer las noticias, que también voy a tener que dejarlo porque uno no gana para bicarbonato (encima me han dicho que no sirve para la acidosis del alma).

Cierto es que lo de la “comprensión” no me extraña lo más mínimo: ya dije días atrás que aquí nadie se entera de nada. Aunque el problema de la lectura presenta complicaciones merecedoras de investigación clínica en el caso de los políticos. Un político en el poder padece serios trastornos en sus habilidades cognitivas ante los textos que consulta. Siempre con los mismos síntomas, siempre con idéntica febrícula. Por ejemplo, si leen datos positivos sobre cualquier cosa, lo interpretan, inmediatamente, como un acierto de sus inteligentes programas; si, por el contrario, los datos son negativos, entienden una perversa intervención del pasado, un pasado siempre anterior a su llegada al poder, naturalmente. A la investigación de esta patología, conocida como narcisismo hermenéutico, debiera dedicarse algún pico de los presupuestos del estado; incluso debiera asignársele un día de universal celebración porque ocurre en todos los rincones del planeta. Día del Narciso Hermeneuta. Suena bien. Yo propondría hoy, 4 de diciembre, día en que nuestro actual presidente, al conocer el Informe PISA 2006, ha asegurado que "el problema es que hemos tenido muchas generaciones en España con un bajo rendimiento educativo fruto del país que teníamos".

Este insignificante docente, que sólo lleva treinta y cinco años en el duro oficio de intentar enseñar algo, a pesar de todos los políticos, a la juventud que toque, podría comentar muchas cosas sobre tan aguda observación. Podría hablar de generaciones pasadas por sus manos (la del Señor Presidente incluida); de la educación de la sociedad antes y después; de sus conocimientos y vacíos ayer y ahora; de las leyes que la persiguen y maltratan de modo inmisericorde; de los éxitos editoriales y la venta de volúmenes como camisetas de moda; de las abrumadoras colas para visitar la exposición anunciada en el Telediario; de la cultura de ahora sí, ahora no, según convenga; de la España de charanga y pandereta reconvertida en España de chachara y hip-hop…Todo ello adornado con la inteligente y ponderada valoración del político de turno según la inversión electoral que corresponda. Pero necesitaría más espacio en la red que la Wikipedia y Cervantesvirtual juntos. Así que me limitaré a lo que sería el final de tan agobiante comentario: Señor Presidente, con todos mis respetos, tampoco usted se entera de nada, también usted suspende en comprensión lectora; sin duda porque es un fruto del país que teníamos.

Siento la conclusión que de aquel egregio comentario se desprende, pero, al parecer, tendremos que esperar unas cuantas generaciones para tener un presidente que merezca la pena, un presidente que sea fruto del país que tendremos. Una gloria que yo no gozaré. ¡Qué pena!

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