miércoles, 26 de diciembre de 2007

Do not forsake me

Entonces era cosa de sueños y fantasía, de ficciones al norte de las ocupaciones que colmaban las horas más hermosas. Nuestro Homero particular perfilaba los modelos heroicos en los tebeos (por entonces nadie decía cómic), en la inolvidable “Colección Historias” de Bruguera, en los “crisolines” incluso (todavía conservo La flecha negra de Stevenson que me dejaron unos “Reyes” allá por la primera eternidad) y en el cine, claro está, aquel cine que, siendo arte, no había caído aún en la vanidad de serlo. Porque luego sí, luego empezó a mirarse al espejo como un narciso adolescente; y a gallardear por las pantallas y a amargar la mirada sonriente con unos bodrios insufribles y unos tontos delirios de grandeza. Pero eso es otra historia que no merece un renglón de mi tiempo.

Do not forsake me... La primera vez que la oí, sin duda, me pasó desapercibida: lo que a mí me interesaba era que "el bueno", que era uno sólo, ganase a "los malos", que eran por lo menos cuatro. Después descubrí otra herencia entre líneas de la película y bajo la sombra de su canción (debiera decir banda sonora para disimular mi edad): el valor del valor, el valor del deber, la soledad de la obligación, la obligación del deber y del valor y… la necesidad del amor para que todo ello llegue a ser posible. Solo ante el peligro (me gusta más que el original High Noon); “una del Oeste”. Nada más, aunque uno no puede evitar acordarse de Héctor a las puertas de Troya y frente al chulo de Aquiles con su tramposa invulnerabilidad.

Cuando mi generación se hizo joven e “intelectual” empezó a decir que un cine así era colonización yanqui y academia de violencia (luego cambió el chip, pero entonces decía eso, que a mí no se me ha olvidado). Mentira, porque el espectador, el niño-espectador más que ninguno, con lo que se quedaba era con que había modelos de bien y arquetipos de mal, y que aquéllos eran deseables y éstos no. Lo demás era la envoltura circunstancial que siempre han tenido las epopeyas. No había sadismo, ni morbo, ni gore, ni la criminal sospecha de que lo bueno puede ser tan malo como lo malo. No había adoctrinamiento en la perversidad ni manierismo y gozo en la destrucción. Hoy sí; hoy, además, comemos hamburguesas en “Mc Donald’s”, escuchamos hip hop en los mp4, “decoramos” nuestras barriadas como si del Bronx se tratara y disfrutamos de un cine que ha hecho de la violencia una escuela de cotidianeidad… Bien por mi generación: o éramos tontos, o éramos falsos, o hemos sido absolutamente ineficaces, o inútiles, que no sé que es peor.

Do not forsake me... No me abandones… Yo no pediría más. O como la ranchera que, al hilo de estos renglones y esa canción, me ha venido a la memoria:

El día que a mí me maten
que sea de cinco balazos…
y estar cerquita de ti
para morir en tus brazos.

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