miércoles, 19 de diciembre de 2007

De la piedra a la palabra

La recurrencia al logos, o al verbo, como primicia del ser en el mundo es moneda corriente en las filosofías de corte idealista. Neoplatónicos, por ejemplo; o Hegel, otro tanto. Y quien dice tal, incluso sin querer, piensa en el cristianismo de los primeros siglos, que andaba por la historia buscándose acomodo, no ya en los corazones, sino también en las ideas. Se transcribe hasta evangélicamente en los textos de Lucas o de Juan, que se rodean por ello de un aire entre poético y metafísico que conmociona al menos sensible en estos particulares.

Pero deje en paz a la filosofía y a la teología este mendigo, visitante ocasional de ambas. Lo que me inquieta hoy es la recurrencia, la inevitable polaridad que para el hombre ponen el verbo o la palabra. Y después, la indiferencia culpable con que los maltratamos… Y a renglón inmediato, el olvido de la pasión inconfesada, de la locura por querer que la vida sea un grito contra el silencio de ese coágulo mudo que es la piedra.

No es extraño pensar que la palabra fue antes. No es ocioso ni místico pasatiempo. Es hipótesis viable, es criterio plausible asegurar que el verbo que se ignora en la materia se quiere curso de sentido en el hombre. Y es él quien se lo da. Y es él quien lo culmina.

Esto lo entiende cualquiera que ha hablado alguna vez de cualquier cosa con alguien que quería.

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