jueves, 6 de diciembre de 2007

De Diofanto a Juan de Yepes

La biografía de Diofanto es sorprendente; sorprendente porque no es propiamente una biografía, sino una ecuación de primer grado; sorprendente por la coherencia con que los caprichos del destino y el borrador de la Historia nos han dejado de este hombre sólo su matemático epitafio, lo que nos permite concluir que x, esto es, la duración de la vida de Diofanto, es igual a 84. Lo leía esta mañana en esa espléndida antología, Dios creó los números, comentada y editada por Stephen Hawking, pero se puede encontrar en numerosas baldas de esta biblioteca que es la red: basta con que escribáis en Google el nombre del matemático alejandrino.

No es difícil plantear la vida de cualquiera en términos algebraicos. Ni tampoco aporta nada; es más, le quita enjundia, le arrebata brillantez. Ésta y aquélla no resultan procedentes en la constante o la incógnita de una igualdad numérica, son patrimonio de la palabra, son reino de la connotación.

Yo, sin embargo, a veces caigo en la tentación de la numerología. Tengo, por ejemplo, la manía de sumar los dígitos en las fechas de sucesos relevantes. En las fechas o en cualquier cosa. Es como un tic pre-encefálico, hipotalámico casi, involuntario armonizador de sueños inefables con irreales vigilias. Es como buscar, vegetativamente, un orden riguroso de formal certidumbre en cuanto ocurre, como asumir al pie de la letra el título de Hawking, Dios creó los números (nada más lejos, por cierto, de la intención del afamado científico), y descansar después sobre la balsa de una realidad cabalmente organizada. ¡Es una pitagórica debilidad! Y, en ocasiones, los resultados son también sorprendentes.

Supongo que esta manía responde a un deseo inconsciente de corroborar el aserto de Hegel sobre la indiscutible racionalidad de todo lo real. O a una dejadez del alma ante la ladera más fácil del prodigio, la que es senda de suave rampa hacia la cumbre y está jalonada por signos interpretables; no la que es tortuosa y escarpada, no la que lleva el corazón a la verdad tras arrojar el lastre de la tonta razón del hombre; no la que hace sufrir y llorar, o gozar y reír, o dudar y creer, o esperar y amar…

Vamos, que se me olvida aquello que escribió quien en el siglo fuera Juan de Yepes:

… y con todo, en este trance,
en el vuelo quedé falto,
mas el amor fue tan alto,
que le di a la caza alcance.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo no sabía nada de Diofanto, pero a ti te ha dado para una magnífica entrada.

Antonio Azuaga dijo...

Muchas gracias, Julio.
Por cierto, estoy restringiendo mis apariciones en el tuyo porque me recuerdo a esos espectadores que, cuando un delantero estelar saca un córner, bracean como gorilas para salir en la tele.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Glup. Visto así...

Antonio Azuaga dijo...

Confieso, Pasabaxaquí, que me superas: esta vez el que hace ¡glup!, ¡glup! soy yo. Perdona mi torpeza, pero no te puedo decir más; excepto, gracias por tu visita y tu comentario.

Anónimo dijo...

¡Pero qué cosas dices!

Antonio Azuaga dijo...

Son verdad.