miércoles, 12 de diciembre de 2007

El prodigio inexplicable

Nos juegan las palabras malas pasadas. Aristóteles matiza los problemas de la homonimia cuando nos dice que el ser de muchas formas se dice; y este “muchas formas” lo convierte, ni más ni menos, que en el cogollo de su metafísica. Algo parecido ocurre con la sinonimia, que parece hablar de lo mismo y nos amontona en el alma un filón de posibilidades. O con la connotación. Por eso entender es tan común y comprender tan raro. Por eso vamos de sorpresa en sorpresa cuando hablamos con los otros de lo que suponemos igual. Por eso el crecimiento de la razón es exponencial, porque cada unidad de su discurso abre audiencias que tienden a infinito. Por eso nos confunde oír en otros lo que nosotros quisimos decir. Por eso es un milagro cotidiano que una sonrisa se cruce otra sonrisa, que un corazón descubra un sentimiento ajeno, que un verbo aparque su ilimitada verdad en otro verbo.

Por eso es un prodigio inexplicable el amor en el hombre.

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