lunes, 17 de diciembre de 2007

Tejedores

Estamos a unos catorce metros de la linde del año, sólo para sabernos otra vez enganchados en el tiempo; o, mejor, hilados en el tiempo, bordados en ese telar irremediable del tiempo. Un tapiz que se teje a fuerza de cruzar las sedas de la felicidad sobre los vanos de la tristeza, o el cáñamo de la tristeza sobre los vanos de la felicidad. Y así, como hacendosos tejedores, vamos decorando la casa de la memoria, completando habitaciones, de año en año, que dejamos cerradas a la espalda y en las que entramos a solas, queda y misteriosamente, por los sueños; amable y dolorosamente, por la nostalgia.

Es un recorrido agridulce cuya frecuencia aumenta con los años. Incluso, con los muchos años, llega a obsesionarnos, hasta el punto de descuidar los paños de su presente estancia: se nos va la vida paseando por los cuartos decorados, se nos van los días en abandono del tapiz pendiente. Y las paredes cada vez más desnudas... Y la melancolía cada día más agravada...

Un recorrido agridulce, cuya última habitación es blanca y tiene un telar roto en el centro y unos hilos caídos por el suelo. Descubrimos entonces que sus muros vacíos nos miran a los ojos y a las manos. Pero los ojos y las manos ya no están donde se creyeron condición terrenal, sino en el polvo que cubre las habitaciones cerradas.

No hay comentarios: