miércoles, 5 de diciembre de 2007

Hoy como ayer

Estamos en el mes de diciembre, cuando es mayor la fiebre en la ciudad. Las pasiones parecen gozar de absoluta licencia. Por todas partes se oye el rumor de grandes preparativos… No son palabras mías. Es el principio de una de las cartas (la XVIII del Libro Segundo) con que Séneca orienta a Lucilio sobre los esparcimientos del sabio. Sobra decir que éstos no van por los derroteros de la “absoluta licencia” de que “parecen gozar” las pasiones. Critica las saturnales el filósofo cordobés; cordobés, claro está, geográficamente hablando, porque, que se sepa, ni se tocaba con sombrero ancho, ni vestía chaquetilla corta, ni bebía “un fino” antes de las comidas o a cualquier hora y, además, hablaba latín y pensaba en griego. Vamos, nada que ver con Manuel Benítez.

No pretendo tomarme este pie ilustre para criticar la Navidad, tengo memoria de ternuras y corazón suficiente para pensarla en coordenadas de autenticidad
más grande; pero sí las navi-saturnales de hogaño, esta disolución del sentido en la apariencia, de los fondos en las formas, de la razón de ser en el memo artificio. Este ser que no es y no se aguanta ni a sí mismo; en que “toca alegría” y algarada, puesta a punto de la insensatez y coma etílico, gorrito brillantón (pileo dice Séneca) y matasuegras espiriforme, reventón gástrico y espumas desatentas en las sábanas… Esto sí que no lo trago, como no trago las “luces” que son como comillas ortográficas sobre algunas calles de Madrid o palabras políticamente correctas y de babosa suavidad aceitando sus noches frías: demasiado “amooor” sobre la cresta de los coches y excesiva brutalidad en las garras que dirigen sus volantes.

Puedo convivir con el absurdo, hasta puede resultarme literariamente atractivo o sugerente, pero no aguanto el sinsentido. Me parece una renuncia, lo veo como una claudicación, como una inclinación de la cerviz humana ante la inconfesable nostalgia del mandril que, según parece, fuimos.

La carta de Séneca me ha recordado que, en realidad, la memez, históricamente, se modifica en modo escaso; que tanto da vivir en el siglo I o en el siglo XXI, que en todas las culturas siempre ha estado ahí la tirantez del regreso, de la marcha atrás, de la vuelta vulgar al árbol, primero; a la indefinición (¡ay, Anaximandro!), después.

No hay comentarios: