sábado, 8 de diciembre de 2007

Aburridísimos pueblos

Todavía hay pueblos en los que las horas tienen la duración debida, hasta excesiva a veces. Pueblos donde la gente camina despacio y te cruzas con un hombre mayor que lleva un palillo en la boca y las manos en los bolsillos. Todavía hay pueblos con calles asimétricas y tortuosas, y casitas bajas cuyas fachadas parecen tentar a la gravedad con un equilibrio improbable. Y sin embargo no se caen. Tienen campanas de verdad y un cine que se llama Cinema. Y cotillas auténticas de las que cotillean deportivamente, por amor al arte, no como esas que salen en las televisiones, que son profesionales de la difamación. Todavía hay pueblos en los que las fechas son fechas, y se espera a que lleguen para conmemorarlas. O en que el aburrimiento es un don, casi una virtud, que produce filósofos de tertulia a orillas del pito doble.

Todavía hay pueblos para que el hombre no olvide que su realidad es de tierra y de historia; su cuerpo de siembra y su alma de pájaro; su vida de esfuerzo y su sueño de altura. Pueblos donde los muertos de uno son muertos de todos, por más que durante su vida los pusieran a caldo. Porque no son edénicos valles, paraísos de cartón o felicidad de tramoya. También son duros y tristes; a veces, hasta miserables. Pero son de verdad: su maldad es de frente y su bondad es de cara.

Hoy he estado en uno, y me callo el nombre para que no se llene de coches los fines de semana, para que esta plaga de urbanitas langostas que somos no lo devore o comercie con sus sueños milenarios, para no soportar cómo alaba las tapas de tal bar en tal sitio el bocazas de turno, que monta en Mercedes, o en Audi, o en BMW, o en Citröen como yo. Me importa un comino que me llamen “retro”; lo cierto es que, cada vez más, eso que llaman progreso y desarrollo me parece una colonización de mierda, que alarga la existencia, cierto, pero acaba con la vida. Me quedo con la vida.

Sin querer, me ha venido Machado a la memoria:

…y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.

Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra.

Sin aspavientos, ni extravagancias, ni depresiones, ni ropas de firma o de marca… Viviendo, amando, muriendo en sus “aburridísimos” pueblos.

El día que no los haya, no sé qué vamos a hacer.

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