jueves, 20 de diciembre de 2007

Ocupar la preocupación

Uno puede ocuparse en otras cosas. Humanamente hablando, en muchísimas cosas. Pero, pensando a lo divino, en realidad sólo el amor importa. Este bípedo implume, de tan mezquinos orientes, lo comprende perfectamente cuando se mira las aristas de la sinceridad, cuando se da cuenta de que lo importante no es ocuparse en el mundo, sino preocuparse por alguien. Porque la ocupación en las cosas anega, obstruye y embrutece; la preocupación por alguien, sin embargo, dispone el sentimiento -la alerta del alma- hacia otra grandiosa verdad vertebral que por el mundo deambula; que siente, que sufre, que ríe o se apena, que un día se cruza en el tiempo con nombre de llanto... y nada podemos hacer para que sea irreal la ración de dolor que la aflige.

Por eso creo en Dios, al que supongo hipérbole inconcebible: una suerte de corazón ilimitado que siente lo que uno por alguien de manera desbordada, un extralimitado sentir por cada quien que se hace nación de quienes y provincia de cualquiera.

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