domingo, 10 de junio de 2007

Progreso y parálisis de la Historia

Yo no sé de dónde nos viene esta vanidad de siglo luminoso, al cabo ya de todo, conocedor de las inextricables honduras del universo, promulgador de derechos y conciliador de hombres y culturas, ideologías y religiones. Pero sobre todo no entiendo de dónde procede esta soberbia de altura de los tiempos en virtud de la cual nos permitimos calificar a otros siglos de oscuros, injustos, despiadados y crueles, mientras adornamos el nuestro de los más hermosos epítetos y tolerancias. Apurando al límite mi comprensible estupor, añadiría que la idea de progreso es, humanamente hablando, una falacia como otra cualquiera y que, si comparamos el porcentaje de sus beneficiarios con el de aquellos que sobreviven extramuros, el panorama no es muy diferente al que podríamos contemplar en pleno medievo.

Leía ayer una de esas noticias exóticas que apenas ocupan (si los ocupan) 30 segundos de nuestros comentarios cotidianos. Hablaba de la liberación de 31 obreros chinos en la provincia de Shanxi que vivían en régimen de anacrónica esclavitud bajo la explotación, por cierto, del hijo del secretario local del Partido Comunista. Prescindo del relato de sus condiciones de vida que, además, no constituyen ninguna "novedad", pero, al hilo de la información, me hago algunas preguntas, tontas probablemente. ¿Qué quiere decir eso del progreso y desarrollo de la humanidad? ¿Hemos avanzado algo hacia alguna parte realmente? ¿Gozamos de mayor salud moral? ¿Hay menos crueldad o iniquidad o miseria? Hablo en términos absolutos, referidos al total de pobladores de este trozo de universo. Una comparación justa sólo puede hacerse entre dos totalidades equivalentes en sus adecuadas circunstancias. Un siervo de la gleba vivía mucho peor que el señor del feudo desde luego, pero, comparativamente, uno de esos obreros de Shanxi, y de otros muchos rincones del planeta, lo hace muchísimo peor que cualquiera de nosotros, que no somos señores de nada. Nuestro progreso no es más que un aumento de la distancia entre “el más” y “el menos” porque no vale comparar a los de antes con los de ahora, sino a los de antes entre sí y a los de ahora otro tanto y contrastar después las proporciones respectivas.

De un tiempo a esta parte la Historia parece dedicarse a juzgar lo que se hizo y narrar lo que se hace. Yo pienso que debería ser al revés. Ya está bien de pedir perdón por nuestras irreversibles barbaridades pretéritas, que más parece un juego de vanidades o una gimnasia de fariseísmo moral. Miremos nuestras alforjas y arrepintámonos de lo que en ellas nos encontramos. Y, de paso, corrijámoslo, porque, con tanta tontería y tanto mirarnos el puritano y respetuoso ombligo, estamos abonando el terreno del caciquismo y la demagogia entre quienes, estando mal, no conseguirán con ello sino estar cada vez peor.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Más aún: tendría que empezar cada uno juzgándose a sí mismo y, luego, pasar el presente y, luego, si hay tiempo, al pasado.

Antonio Azuaga dijo...

Exacto, Julio, lo dices y resumes mejor en una línea que yo en cincuenta (o las que sean): el orden moral debe empezar por “uno mismo”, seguir por “ahora mismo” y… En realidad, el resto es un adorno literario.

Anónimo dijo...

Ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro.....uf! Magnífica utopía

Antonio Azuaga dijo...

No, no se trata de utopías. Siento decir esto por lo que puede salpicar a Platón, pero, por lo general, son los diseñadores de aquéllas quienes más "pajitas" denuncian en los ojos de todos los demás.