viernes, 8 de junio de 2007

Gemelos de teatro

Me recuerdo en junio, a avanzadísimas horas de la tarde o tempranas de la noche, en un balcón sobre una calle pequeña que quedaba entre López de Hoyos y Gabriel Lobo, una calle que, por no tener, ya no tiene ni nombre sobre los mapas porque fue devorada por el crecimiento de la ciudad. Enfrente una tapia y un solar inmenso luego. Y más allá, el resto de Madrid. Me recuerdo, con nueve o diez años, en aquel balcón –a Dios gracias la televisión aún no existía entre nosotros– con mucho universo por delante. A esas horas me gustaba asomarme a mirar el cielo de junio; atardeciendo primero y lleno de una escandalera de vencejos; anochecido después y, en ocasiones, con radiante Luna. Entonces, no podía evitar la tentación. Buscaba unos gemelos de teatro, que eran de mi padre, que fueron de mi abuelo, unos binoculares pequeñitos, de los de enterarse qué ocurre en el escenario desde el paraíso, y me dedicaba a inventar cráteres y montañas, imposibles para tan pobre instrumento, en un mundo que –hoy lo sé– estaba a un segundo-luz de distancia.

El carácter se conforma con piezas insignificantes, muchas veces remotas, casi nunca conocidas. Todo cuanto he hecho o me ha pasado en la vida ha sido consecuencia de una relación de impropiedades, de disparos de salva a dianas lejanísimas que jamás alcanzaban, que hubiera sido, incluso, absurdo que lo hicieran. Me he quedado siempre en una miopía binocular de altísimos imposibles que se consuela inventándolos a través de lentes de escaso poderío, a la que basta mirarlos con la suficiente imaginación para redondear el sueño de verlos al alcance de la mano. Aunque no conduce a nada, aunque nada se alcanza, debo agradecer a ello una terca disposición del ánimo, eso que llamamos voluntad, capacidad de querer. Pobre en casi todo lo demás, en esto tengo una notable hacienda.

Por eso creo más que sé, sueño más que veo, tengo más que puedo… soy más que soy. Por eso me dan lo mismo verdad y falsedad convencionales. Por eso me gusta Platón. Por eso, San Agustín.

4 comentarios:

Máster en nubes dijo...

Buenas tardes, Antonio.

Qué suerte que tengas voluntad. Bueno, no suerte, qué merito tienes. Es admirable la voluntad. Pero a veces puede ser temible también, la verdad. Quizás malas experiencias que he tenido, bien es cierto, con personas que lo fiaban casi todo a ella.

Bueno, que te estoy contando mi vida y no va de esto.

Lo que te digo siempre. Me encanta tu mirada, sí señor. Y pasearme por aquí.

Un beso y un abrazo para tí y otro para tu padre. Con cariño

Aurora

Antonio Azuaga dijo...

No, Aurora, la voluntad no se tiene, se ejercita. No es una bendición recibida, sino un esfuerzo conquistado. Para unos es más fácil (sería injusto si no me incluyera entre éstos); para otros, más duro y doloroso. En todo caso, estoy convencido de que la verdadera “energía” que sostiene al hombre, no es la inteligencia, sino la voluntad (a pies juntillas creo que “la fe mueve montañas”, pero hay que quererlo con intensidad heroica).

Gracias por tu recuerdo de mi padre. Todas las noches hablo con él, y lo cierto es que le siento últimamente extraño, muy extraño.

Besos.

Máster en nubes dijo...

Gracias por tu contestación, Antonio, pienso que soy una pesada con tanto comentario, pero no lo puedo evitar: entro como un Mihura cada vez que te leo ;-)!

Pero ahora no me resisto a decirte que la energía que nos sostiene no es la voluntad, sino el amor. Que eso tenga que ver y mucho con querer, de acuerdo (querer querer, etc.). Pero que es peligroso y mucho pensar que a fuerza de nuestros brazos sacamos las cosas también te lo digo. A veces eso produce monstruos que consiguen sus objetivos vitales pero que están sólos en su torre de esfuerzos. O que arrasan con otros. Lo,he visto.

Yo creo relativamente poco en mis fuerzas y bastante más en mi capacidad de querer, de amar.

Y en otros terrenos creo que, sin menospreciar la tan debilitada voluntad hoy (el cáracter, por así decirlo, el aplicarse a un objetivo o a simplemente ser), creo que hay que abandonarse en las manos de Dios.

Perdona la referencia y la contestación.

No tengo ánimo de polemizar contigo (que sabes 20 veces más que yo de todo), pero a veces junto al esfuerzo, la paciencia y la constancia del querer... hay que tener la actitud del que sabe que nada puede realmente, aunque quiera. Tú qué sabes de todo y de místicos también me entenderás seguro.

Besos y perdona la lata. Soy como una alumna pelmaza e impertinente que persigue al profesor y le da la vara. Pero no me importa la nota ni el examen, en cambio ;-)

Aurora

Antonio Azuaga dijo...

De sabio nada, Aurora: soy un hábil administrador de su propia ignorancia. En cuanto a los místicos, vaya un ejemplo que no tiene nada de místico: Stephen Hawking. A los veinte años le diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica y un horizonte brevísimo. Después de una crisis, puso a trabajar la decisión. Y ahí lo tenemos con 67 abriles (eneros, mejor dicho, que en tales nació) convertido en uno de los más prestigiosos astrofísicos de nuestros días y embutido en un cuerpo absolutamente arruinado.

En cosas así pienso cuando hablo del poder de la voluntad.