domingo, 17 de junio de 2007

En cuerpo y alma

Hoy le ha dado al cuerpo por ser mordaz y crítico. Me dice que está aburrido de mí, que lo de ayer, desde luego, era innecesario; peor aún, que era contradictorio; que no se puede ironizar sobre la realidad mendicante de laboratorios y silogismos, al tiempo que se hacen entimemas sobre la coherencia de unos supuestos imperativos salidos de mi ociosa manga. Me dice que ya está bien de juegos proféticos y decagonales iluminaciones. Me dice, con una piedad más que dudosa, que me deje de viajes al empíreo y excursiones en alados carros cuyos aurigas se imaginan “okupas” de otro reino.

Lo he visto francamente contrariado, a punto de dejar de hablarme, de no conmoverme con el olor de esta lluvia que tan pródigamente hoy ha regresado; a punto de negarme la belleza gris y triste de un día de junio con vocación de marzo. Yo no he dicho nada: sé que se siente mayor, que esta mañana le dolía en el codo la coz de los revólveres, que de lejos ve borroso y de cerca apenas; sé que cuenta en los calendarios los precarios decimales de su futuro… Sé que llora por cosas que sólo yo conozco. He estado largo rato guardándome en silencio, esperando a que una luz, un olor, una caricia distrajeran su enfado. Debe de haber cerca de aquí un matorral de madreselvas porque, a eso de las ocho, ha entrado por la ventana una fragancia de ternuras. Entonces ha sonreído. Y yo he empezado a hablarle de recuerdos irreales, y del gato de Schrödinger, y de todas esas cosas que sé que le entusiasman porque le hacen pensarse cuerpo innumerable.

Al final ha abierto esta pantalla para dejarme salir un día más y decir que él también tiene razón, que hay demasiada vanidad en este púlpito, que quién soy yo para dictar decálogos de nada, que quién me creo, después, para entender que son oscuros y que yo, encendidamente divino, debo aclararlos.

Y hemos hecho las paces. Esta noche volveremos los dos a llorar juntos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La verdad es que al cuerpo lo tenemos dejado de la mano de Dios... ¡Y cuántas razones tiene!

Antonio Azuaga dijo...

Sí, de vez en cuando hay que ponerse aristotélico para que no se pase de rosca (¡y mira que se pasa!) esta “platónica encarcelada”.