viernes, 15 de junio de 2007

Ars amandi

Era primavera, mayo probablemente; lo sé porque al empezar a escribir ahora me ha venido un lejano olor de rosas. Se llamaba Lidia y tenía el pelo corto, aunque de esto último no estoy muy seguro. Es cuanto recuerdo de ella. Terrible traición de la memoria: ni el color de sus ojos, ni el perfil de su cara, ni su voz, ni su sonrisa..., con vivaz certidumbre, nada más que su nombre. Y, sin embargo, fue mi primer amor encendido, del que, por supuesto, ella jamás tuvo la más remota idea. Es curioso que de aquél sólo me haya quedado la señal y el sentimiento, el signo y la conmoción, la palabra y el alma. Debo aclarar, antes de confundir en exceso, que por entonces yo no había empezado el Bachillerato (el de hace muchísimo tiempo, no el de ahora); tenía, por tanto, menos de 10 años.

Íbamos al mismo colegio; yo al pabellón de chicos, ella al de chicas. Las posibilidades de verla eran, naturalmente, remotas: tan sólo en los recreos y por imprevisible azar. Yo me apostaba en un estrecho pasadizo que comunicaba los patios de ambos edificios y esperaba que cruzara, alguna vez al menos, por aquel metro y medio de paisaje, que era cuanto daba de sí tanta angostura. Los días que ocurría me sentía feliz y me volvía dicharachero; los que no, se me iban de pesadumbre en pesadumbre escribiendo su nombre en las esquinas de los cuadernos de lengua, de matemáticas, de historia...

Era primavera, olía a rosas y se llamaba Lidia. No insistiré en su menor recuerdo. Lo cierto es que después, cuando la vida empieza a ser excesiva, uno descubre la verdadera estatura de sus muchas insignificancias; sobre todo cuando advierte que la guía del amor adulto, se escribe en renglones de egoísmo, en párrafos de desazón, en capítulos de traiciones. Entonces nos damos cuenta de que únicamente en pocas, en poquísimas ocasiones hemos amado con entera generosidad y sin mayor exigencia, con total desprendimiento y absoluta contemplación. Y descubrimos entre un punto de dolor y otro de nostalgia que de niños éramos así, que amábamos así; qué después, sin embargo, sólo fuimos y amamos así de vez en cuando… o quizá, de vez en nunca.

4 comentarios:

Máster en nubes dijo...

Me ha encantado, Antonio.
Y como sugieres, así se amaba y así algunas personas son capaces de amar.

Gracias de nuevo por todo.

Y un beso en este helador domingo

Aurora

Antonio Azuaga dijo...

Sí que es helador, Aurora, sí que lo es. Quizá para compensar, tú te paseas por aquel junio del 2007. Por desgracia, y salvo excepciones como la de tu lectura, tengo la impresión de que este “Ars amandi” tiene poco futuro. Inmediato, quiero decir; porque remoto… ¡Quién sabe! Por algo soy “friki” de “Star Wars” (está llena de “héroes” delimitados, aunque “pos-históricos”). Quién lo diría ¿verdad?

Me alegro de que te haya encantado y agradezco, una vez más tus palabras.

Un beso.

Máster en nubes dijo...

Quien diría ¿qué? ¿Qué eres un freak de la Guerra de las Galaxias?

Y otra cosa. Me recordó esto a Carta de una desconocida de Zweig, una de mis novelas favoritas.

Y nunca se sabe si las cosas son remotas ni inmediata. La vida es una fuente de sorpresas continuas, creo.

Un beso y hasta mañana

aurora

Antonio Azuaga dijo...

Nunca se me hubiera ocurrido lo de Zweig… ¡Exquisiteces de la sensibilidad femenina! Y tienes razón: los pronósticos sobre la temporalidad, fallan más que los “del tiempo”.