lunes, 11 de junio de 2007

Los puentes de Einstein-Rosen

Parece el título de una película romántica de amores otoñales y, sin embargo, es la hipótesis que da una oportunidad de redenciones a la negritud inmensa de ciertas regiones del espacio. Entrar en sombras y salir en luz, colarse en curvaturas infinitas y aparecer, como en un truco de magia, a distancias inalcanzables, vueltas del revés gravitación y oscuridades. Viajar a ni “donde” ni “cuando” se puede viajar, aproximar la remota imposibilidad de otros mundos y otros tiempos al parpadeo insignificante de unos minutos, unas horas, unos días. La imaginación lo inventó antes de que las matemáticas lo establecieran. La literatura, sin armaduras de ese calibre deductivo, organizó sus andas para llegar antes (Twain y su turista en la corte legendaria de Camelot, Wells y su máquina viajera por los milenios… e incluso un español, Gaspar y Rimbau, con pareja y, al parecer, anterior fantasía). Más tarde llegó el cine, a remolque siempre. El cine no suele aventurar, es más negocio, y construye ficciones sobre posibilidades; la literatura, sin embargo, levanta imposibilidades sobre ensoñaciones: Cyrano estuvo en la Luna, con ingenios rarísimos, mucho antes que Armstrong.

Y nosotros, que estamos siempre en la misma empresa, robando manzanas del árbol prohibido porque queremos ser Dios. A Newton, sin embargo, le vino una del cielo, por algo sería. Los puentes de Einstein-Rosen nos acercan otra vez a la divinidad. Podemos alcanzar todos los rincones de la noche en un suspiro, más aún, podemos encontrarnos con nosotros en alguno de esos universos de Everett que rompen la supuesta coherencia de cada alma en incontables almas esparcidas desde el yo único que se creyeron ser. Y si esto es así, si cada unidad es, al cabo, una totalidad y cada totalidad una fracción de mayores totalidades, y los puentes de Einstein-Rosen el entramado de los infinitos hilos de una red infinita que enlaza unas y otras, entonces estamos leyendo la mente de Dios, que es lo que quiere ese otro Adán con su manzana que es Hawking.

¿Y Dios? ¿Qué piensa Dios de todo esto? ¿No será tan alta su piedad que estará interpretando como una oración en otro lenguaje estos puentes de Einstein-Rosen, esta vieja vanidad nuestra de ser Él, que no es sino traducción excesiva de su propósito al hacernos imagen y semejanza suyas?

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