martes, 19 de junio de 2007

Palabras para nadie

Todas las mañanas debo atravesar una galería de esas que tienen comercios de todo tipo: tiendas de zapatos, de modas, de teléfonos móviles…Hay en los pasillos, amplios y encerados, algunas atracciones infantiles que más tarde, durante el resto del día, hacen las delicias de los más mocosos: primero, un caballo suspendido en el aire de un galope imposible; luego, un coche con campanillas, ojos en lugar de faros y una sonrisa por radiador; más allá, un carrusel pequeñito de sólo cuatro corceles entre luces parpadeantes… Disponen estas máquinas de un reclamo sonoro para llamar la atención de los niños que pasen cerca de ellas. Así, del cochecito con campanillas sale una voz metálica que repite “¿quieres viajar conmigo?”; y del caballo de galope imposible, un relincho absolutamente inviable

Por la mañana temprano, muy temprano, cuando sólo te cruzas con algunas limpiadoras y algún vigilante del turno de noche, que tiene cara de cansancio, esas máquinas, solas y vacías, siguen repitiendo su mensaje de robot abandonado en un planeta inhóspito que entonces suena triste y estéril, sin sentido, sin respuesta, hasta un poco terrorífico. Y es que se trata de palabras para nadie. Produce una sensación rara ese decir sin auditor, esa invitación a un invitado inexistente a tales horas; produce una sensación de absurdo.

Toda literatura, toda obra humana, probablemente todo lo que existe, es intencional. Una naturaleza que evoluciona en orden, que establece armonías y regularidades, lleva en sí el germen, diría la esperanza, de un inevitable espectador, de un ser que la admire y la complete. Lo mismo ocurre al músico, o al pintor, o al poeta: en cada nota, pincelada o palabra está configurando, está deseando, a alguien que se acerque y desentrañe su tarea. No es que haga lo que hace para agradar a ningún público, pero sueña un cómplice más allá de eso que él hace. Un los-otros como causa sería su alienación, un como finalidad es su complemento.

Siempre que un ser humano deja una palabra en alguna parte, espera un espectador, a veces, incluso, decididamente configurado. Nadie lo hace para sí, ni siquiera esas máquinas de la galería de comercios que atravieso todas las mañanas.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Usted sabe que sus palabras son para alguien, porque de un día para otro ese contador que ahora pone "2250" corre de lo lindo. Lo que pasa es que escribe tan bien que da apuro añadir chorradas. Pero tiene razón, al menos saludar:
hola, gracias, que pase usted buena noche y hasta mañana.

Antonio Azuaga dijo...

Gracias, de verdad. El contador corre porque uno tiene amigos, conocidos o menos, que además son insistentes. Por otra parte, del apunte de hoy tiene la culpa un intercambio de opiniones en que me enzarcé en otro blog. No escribo bien: tiendo a ser confuso. De todas formas, lo cierto es que uno se acuesta con un además de sonrisas cuando otras palabras deciden acercarse a las suyas.
Gracias mil de nuevo, “anónimo” amigo/a.

Anónimo dijo...

pues bien poco comunicativos sus amigos, hombre. Y ya puestos, ¿por qué ese fondo tan negro? Como que da impresión al entrar, parece que se cuela uno donde no debe.

Gracias a usted y que pase buena tarde.

Antonio Azuaga dijo...

No, no es que sean poco comunicativos, es que son amigos y nos conocemos de mucho. En cuanto al color, me gusta de siempre el negro, como la noche y todo lo que puede llenarse de preguntas; a fin de cuentas eso es la oscuridad: una pregunta, una tentación para el animal curioso que somos.
Gracias por la visita.