lunes, 25 de junio de 2007

Al mando de la vida

No hay nada extraordinario en el apunte de hoy; quiero decir que no lo hay nunca, pero hoy menos. Lo escribo porque, cuando se lo conté, le gustó a ella tanto como a mí y le prometí traerlo a estos atardeceres. Aunque no fuera nada más que un sueño, un pequeño sueño del corazón.

Estaba yo en Madrid en una reunión –cómo no– de profesores. Todo discurría con absoluta normalidad hasta que, de pronto, caía en la cuenta de que el curso de que estábamos hablando no se impartía en la actualidad, en realidad no se impartía desde hacía mucho tiempo. Es más, un calendario, colgado junto a una ventana desde la que se veía aparcado mi actual coche, indicaba claramente 1987. No sé por qué 1987 precisamente, pero ese era el año que allí discurría. Intenté convencer a los demás de que aquello era un dislate, y los demás me respondieron con decidida incredulidad. Visto lo visto, y reparando en la improbable fecha, me dije que era una excelente oportunidad para acercarme a visitar a mi madre. Y allá que me fui con un norte de alegría que sólo entendemos cuando queremos lo que soñamos y soñamos lo que queremos. Lo último que recuerdo son los ladrillos de rojo envejecido de su casa, la vista del balcón, poblado de geranios, desde la calle, el portal de rejas negras y aburridas que no son las que hoy existen… Creo que no llegué a verla: la memoria nos traiciona siempre en lo más importante.

Puede que haya sido culpa de tanto hablar de fantasías de la ciencia, de tanto agujero negro y de gusano, de tanto gato antojadizo en la existencia, de tanto y tan inviable universo paralelo... Fue un sueño, sí, con esos lastres, que le conté por teléfono hace tres días (todas las noches estoy un ratito pegado al auricular, hablando con ella como siempre lo he hecho), un sueño que le gustó y le prometí que lo dejaría por aquí cualquier tarde.

Aunque yo sepa que ella murió hace más de un año, aunque yo tenga esa edad excesiva que ya tengo. O quizá por eso precisamente. Para los dos fue un hermoso sueño que quiso romper el tiempo, que quiso poner el corazón al mando de la vida.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Sencillo y hermoso.

Antonio Azuaga dijo...

Gracias, Félix; es verdad que era una promesa.

Anónimo dijo...

Desde luego que tu texto lo consigue: poner el corazón donde merece. Enhorabuena

Antonio Azuaga dijo...

Gracias, Julio.

Anónimo dijo...

¿Y dices que no hay nada extraordinario en este apunte? Estoy estremecida desde que lo leí anoche. Sabes cómo lo comprendo y lo comparto.

Antonio Azuaga dijo...

Lo sé, Amalia, lo sé. Me alegra leerte por aquí.
Muchas gracias.