martes, 12 de junio de 2007

La voluntad de las cosas

Éste es “el mejor de los mundos posibles”, piensa Leibniz. De igual modo, para Jorge Guillén “…el mundo / está bien hecho”. Esa décima tan conocida del poeta, ese “Beato sillón”, hace orbitar el “optimismo metafísico” sobre un mueble, una cosa apacible, serena, solemne, presidencial. Pero las cosas no son siempre mudos e inocentes escenarios, ni símbolos de armonías o perfecciones; me atrevería a decir que no lo son nunca. Cargadas de nosotros, hinchan sus precarias existencias con nuestros gozos, con nuestras tristezas… Y, en cuanto nos descuidamos, remueven su daga criminal en las heridas no cicatrizadas.

Las cosas de que hoy hablo no tienen nada que ver con el “optimismo metafísico” de Leibniz. Ni con el de Guillén, por supuesto.


No está el mundo bien hecho, amigo mío:
las cosas, apacibles, son letargos
de traiciones al alma, de venganzas.

Si las pienso lejanas, se confunden
unas con otras, casi distraídas,
ocupándose en ser lo establecido,
tan mudo, tan ausente, tan precario.

Pero yo sé que están agazapadas
aguardando encontrarse cualquier día
conmigo y el dolor para lanzarse
sobre esta frágil alma y devorarla.

No está el mundo bien hecho y son culpables
las cosas que robaron cuanto hice,
cuanto perdí y amé ante su silencio,
cuanto sólo el olvido dulcifica.

Se empaparon de vida y de memoria;
y están aquí y allá, por todas partes
escondidas, dispuestas, equipadas
de sucesos hermosos que he perdido,
de recuerdos que van a derrotarme.

(febrero 2007)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo mejor es andar ligero de equipaje y dar oportunidades al futuro.

Antonio Azuaga dijo...

Yo soy sólo pasado... Y muy pasado.
Gracias.