jueves, 20 de septiembre de 2007

Palabras contra uno

Todo diario se caracteriza por una insistencia casi pecaminosa en la intimidad, en la propiedad de esos pequeños territorios que creemos haber ido colonizando en la vida y que se exhiben con una falta de pudor enfermiza. Cita uno sus días como si se tratara de un diccionario de autoridades o se encumbra en las propias lamentaciones como si anduviera recorriendo el perfil de montañas portentosas. Nada hay de reprochable en esto si el diario cumple, ortodoxamente, con su habitual epíteto de “íntimo”, si el espectador y el espectáculo no rompen el círculo pudoroso de uno mismo.

Caso muy distinto es el de un blog (no encuentro traducción adecuada en este caso) cuando resbala sobre los charcos helados de sus modestas soledades y estampa el alma contra esa acequia externa que es el mundo de los otros. Entonces el blog se hace diario parlante de sí mismo para un auditorio externo, más o menos plural, que no merece el batacazo. Es la rara esquizofrenia de un yo que quiere quedarse y se descubre yéndose, que está donde no debe y no está donde quisiera. Me pasa con frecuencia, y luego lo lamento.

Supongo que el hombre está lleno de silencios que se quieren guardar porque lo conforman, pero se niegan porque lo liberan. Aunque ésta es la interpretación más elegantemente compasiva y, en apariencia, más acorde con lo que dije ayer. Mucho me temo que hay otra menos amable, pero más real: la carga más dolorosa de la vida es uno mismo; decir de uno es soltar lastre, hablar de uno es querer morir.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A mí nunca se me ha ocurrido llevar un diario. ¡Qué horror! ¿Para qué? Creo que un blog es distinto. Escribes las entradas como escribirías un artículo o cualquier otro texto destinado o no a la imprenta, pero sin preocuparte ni del tema ni de la forma ni del tamaño. Para los autores poco sistemáticos o fragmentarios, tiene sus ventajas evidentes. Yo prefiero escribir lo que verdaderamente me apetece en un blog, aunque me lean unos pocos menos, que ceñirme a la forma y a la medida estándar de los artículos de prensa, aunque me paguen y me lean unos pocos más.

Antonio Azuaga dijo...

Hablaba de mí, Julio. Estoy de acuerdo en lo que dices: tu blog es un ejemplo perfecto de lo que debe ser un blog. Yo “patino” con negligente frecuencia. Ese es el riesgo. El reino de uno es uno mismo; la propiedad del alma, que es el yo, se destruye cuando se enajena, cuando se lanza al exterior, como las vísceras de la holoturia (¿te acuerdas?, aquel horror de nombre: “cohombro”). Tanto da que se lea o no, en este apunte lo que me preocupa es esa renuncia al silencio necesario para seguir manteniendo la fortaleza de la identidad propia. Como si uno quisiera “morir” en sentido metafísico, diluirse en un “los demás”. Quiero decir que, al día siguiente de haber escrito algunos atardeceres, me arrepiento porque descubro el “resbalón”. ¡Y, sin embargo, no los borro!
No sé si es narcisismo o todo lo contrario: un cansancio infinito de aguantarme el alma, un deseo inconsciente de volver al “apeiron”. Tanto lo uno como lo otro me parece igualmente reprobable.