domingo, 23 de septiembre de 2007

De la "cultura" a la tristeza

“La cultura vuelve insomne a Madrid”, leo este titular en la prensa y el primer pronto es imaginarme las salas de todas las bibliotecas de la capital abarrotadas de ávidos lectores que pasan la noche de claro en claro, como Don Alonso Quijano. Leo este titular esta mañana en EL MUNDO, e imagino los museos más emblemáticos de nuestro patrimonio llenos de noctámbulos silenciosos y extasiados frente a la contemplación de tanta grandeza retenida. Leo este titular, y unos renglones más abajo mi expectante y, sin duda, enloquecida imaginación se hace pedazos.

En primer lugar, la gente no iba a leer ni a contemplar, iba a mirar una feria de despropósitos y, en algún caso, a hacer graffitis sobre paneles dispuestos al efecto. Iba a saltar bajo un paraguas de ritmos “hip-hoperos” y a jugar a una especie de “amigo invisible” en el que los asistentes se fotografiaban diferentes partes del cuerpo y, cuando encontraban al que había elegido la misma parcela corporal, brindaban con champán (cava, supongo) y se dedicaban las recíprocas firmas. Iban a ver “performance” (!), una palabra innecesaria porque, al parecer, “interpretación” se queda corta en “significados”. Iban a beber, entre tontería y tontería, para no perder el norte de las desavenencias con la propia especie.

Pero bueno, ¿en qué se diferencia esto de un “finde urbano”, vulgar y corriente, salvo en la propaganda y amparo institucionales que recibe? Ya sé, ya sé que se inventó en Europa, más concretamente en París, hace cinco años, si no marro en la memoria. Aunque, según parece, nuestra copia ha superado con creces el original. Debe de ser para compensar: no damos la talla en educación, pero sí en “aficiones culturales”.

De siempre he sido amante de la noche, esa bocanada de paz que nos da el día, que reemplaza el miedo animal a las sombras por la admiración de un hombre que se empinó sobre su precaria naturaleza para ir más allá. Pero la admiración, la contemplación y la verdadera cultura son enemigas de la algarada que sólo parece querer ahuyentar atemorizadas y ancestrales indefensiones.

Uno siente, en estos casos, que se le va la posibilidad de la descendencia histórica, que se le va la esperanza de un tiempo al que no tuvo más remedio que pertenecer. Y uno recuerda, y casi reza, unos versos de Neruda (odioso Farewell), que no tienen nada que ver con esto, pero alcanzan al alma con intención misteriosa:

… Estoy triste: pero siempre estoy triste.
Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy.
…Desde tu corazón me dice adiós un niño.
Y yo le digo adiós.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno, Antonio.

Antonio Azuaga dijo...

Gracias, caro y alejado amigo. Sin llegar al “menosprecio de corte” ni a la “alabanza de aldea”… ¡qué asquito de corte!, ¡qué insoportable y grávida resulta tanta y tan demagógica estupidez!