martes, 25 de septiembre de 2007

El talento de los españoles

Hoy he oído hablar del talento de los españoles. Una pena de talento que se menosprecia y se menoscaba, que se pudre, como el evangélico, o se deteriora irreversiblemente al igual que nuestros bosques, lo mismo que nuestros paisajes. Se lo he oído a una de esas locutoras que amenizan nuestros almuerzos tarareando la incontenible brutalidad del ser humano. Primero, el titular; el comentario luego; a continuación, la corroboración empírica de la tesis subliminal: el testimonio a pie de calle de dos o tres despistados paseantes que indefectiblemente abundan en lo que, ya sabemos, tienen que abundar. ¿Y en qué consiste el “cuerno de la abundancia” en este caso? En la educación. Exacto: hasta aquí estamos casi de acuerdo. Nuestra educación cumple unos objetivos que van del ocio al negocio pasando por un proceso de –parafraseando a Teilhard– “descerebración creciente”. La disonancia aparece, claro está, cuando llegan las matizaciones. Nunca falla: en este punto, quien más, quien menos empieza a hablar de “la falta de medios”, de la necesidad de “aumentar los medios”, de “invertir en los medios”, de “enriquecer los medios”…

Uno, que lleva treinta y cinco años en este maltratadísimo oficio, está harto de los “medios”. Nada tienen que ver los de entonces con aquéllos de que se dispone ahora. Están a años luz; y se me queda corta la hipérbole. Sin embargo, el fracaso, no sólo no ha decrecido, ha aumentado, por mucho que intenten maquillar las estadísticas. Ya está bien de “medios”: se nos escapa la pieza de tanto limpiar la escopeta. No estaría de más que, para variar, se planteara el problema en términos de “fines”. Si alguna vez llego a oír a alguien que nuestra educación fracasa porque su fin está podrido, abandono el siglo y me voy a un convento para rezar cada día por ese pobre elegido que vio la luz.

Pero el concepto de “fin” es demasiado denso, espeso, dirían nuestros “talentos” políticos. Exige, ni más ni menos, un proyecto de engrandecimiento individual y un programa de ilusión colectiva. Exige que la parte ame el todo a que pertenece y se ame a sí como posibilidad del todo. Exige magnanimidad, esfuerzo, sacrificio, convicción, entrega, renuncia, anteposición del fin a la dureza, a la adversidad incluso, del medio. Exige una sociedad que cree en si misma, que sueña un sentido por serlo, y no un conglomerado de egoístas parcelas que discuten la linde adecuada de su hortelana acequia… Demasiado complejo, quizá.

No nos luce el talento… La verdad: no me extraña.

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