jueves, 27 de septiembre de 2007

Decisiones de ausencia

De repente las tardes han vuelto a tomar decisiones de ausencia. Siguen aún vestidas de azul radiante, pero calzan zapatos de parques cada vez más solitarios. Uno se pone común y melancólico cuando advierte, a través de la ventana, cómo empiezan a adelantarse las sombras sobre el horizonte, cómo se achica el espacio que a la luz le queda de señorear en las calles. Uno, que anda perdido por mapas de aulas y agujas de marear alumnos, atacando de nuevo cuadraturas de círculos, como un tonto demiurgo que pretende relojes perfectos en horas inviables; uno, que hace de tripas corazón para convencerse de que aquella tarea tiene algún interés para el mundo, ese mundo de desconcertantes adolescentes que cada mañana le saludan por su nombre y le piensan bajo el apodo de su secreta venganza; uno... se disfraza de años, que ya no cumplirá, para mirar por la ventana lo que tiene la tarde de más atardecida, bajo un cielo turquesa donde ya no hay vencejos y frente a un jardín con rosas otoñales cada vez más ausentes, más ajenas a la esplendidez que esparcen.

Porque hoy tiene la tarde una belleza de majestad adulta. Una belleza de mujer que ha empezado a no creerse, a no estallar de sí; que se limita a ser, sin intención ni objeto. Una belleza que es generosidad y señorío del tiempo, regalo de la edad y esplendor de los calendarios. Tiene la tarde hoy un atardecer decidido a serlo.

Y no le importa.

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