lunes, 16 de julio de 2007

Verano del 94

(A Castanedo, que nos prestaba un refugio en los veranos, que aquel 94 le asaltó la leucemia, que unos meses después se marchó de nosotros)


Recuerdo aquella casa
perdida entre otras casas iguales y vacías,
los hogares sin gente,
los graníticos muros desolados,
los jardines de árboles inmensos,
los pájaros dormidos en las ramas.

Recuerdo aquel verano,
el último, quizá, capaz de detenerse,
de creerse prodigio atemporal,
cita de identidad y paz de la costumbre,
amor que no transcurre, sueño que detiene el alma.

Recuerdo aquellas tardes
que Dios acomodaba a nuestros ojos
adornando la sierra de crepúsculos.
Y recuerdo una ermita y una fuente,
y un pantano a lo lejos…
y un presagio de lágrimas.

Recuerdo que salíamos al mundo
bajo oscuros vencejos, sin palabras,
a espiar los ajenos jardines florecidos
que nadie amó jamás como nosotros
–olía hasta la luz a madreselvas
y los perros extraños nos ladraban–.

Alguien iba, entretanto, empaquetando
las prendas de vestir de la memoria,
rebuscando en cajones los olvidos,
guardando con cuidado en su maleta
las mudas del amor del alma…

Recuerdo que era hermoso y que era triste
aquel verano allí, aquel verano
que descubrió en la muerte su metáfora.


(abril 1995)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermoso y verdadero, Antonio.

Antonio Azuaga dijo...

Gracias, Julio.