jueves, 12 de julio de 2007

Grandes citas con el hombre

Esta mañana, mientras desayunaba, leía las noticias o, por mejor decir, los titulares de las noticias más madrugadoras del día. Nada de particular porque, desgraciadamente, la barbarie, la injusticia, el cohecho, el estupro, la crueldad, no son acontecimientos destacables, sino vulgaridad habitual para una sensibilidad que cada vez tenemos más embotada.

En ocasiones, sin embargo, ocurre: sentimos un picotazo de extrañeza, un latigazo de curiosidad, un relámpago de asombro porque vemos algo que habla de otra cosa, que habla de un hecho extraordinario y admirable. Aunque no es primera plana de nada ni se refiere a decisión que conmueva la economía o seguridad mundiales. En ocasiones, unas cuantas líneas nos hablan de un hombre que pretende algo poco común, que es ejemplar en su suceso, que pone a la especie en el punto en que, seguramente, Dios quiso ponerla. Y así, hoy leía, entre la selva brutal de todas nuestras miserias, que un atleta “quería competir con todo el mundo”. Lo extraordinario estaba en la condición de aquél, un joven al que a los once meses tuvieron que amputar las dos piernas. Su nombre, Oscar Pistorius; su edad, veinte años; su gloria, haber pulverizado todas las marcas paralímpicas; su aspiración, competir con los corredores sin discapacidades (la Federación Internacional de Atletismo, pone reparos porque considera que las prótesis le dan “ventaja”); su grandeza, el sacrificio, el esfuerzo y la voluntad. Declino entrar en la polémica de si debe admitirse o no su solicitud y me quedo con el paradigma: la adversidad está para vencerla, no para “autocompadecerse”.

Hay otros casos como éste. Un viejo libro de psicología de cuando mis años mozos (hará dos o tres eternidades) llamaba sobrecompensación a eso de destacar en aquello que tilda nuestro daño. ¡Tontería de palabra! Prefiero fe, valor, arrojo, decisión, tenacidad, firmeza, entusiasmo, sacrificio… ¡voluntad! Prefiero voluntad por encima de todas: no suena a vocablo de probeta, sino a destino de humanidad.

Noticias así son grandes citas con el hombre. A mí, por lo menos, me reconcilian con la esperanza. Sobre todo si uno lee, además, palabras tan conmovedoras como éstas: un perdedor no es quien llega el último, sino aquél que se sienta y mira y nunca ha intentado correr. Las escribió su madre, fallecida antes de recoger la grandeza de su fruto, cuando Oscar sólo tenía un año.

Alguien, estoy seguro, se las dictó al oído.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Precisamente pensé, a propósito de aquella diferencia entre el "vencido" y el "fracasado", en que más cruel y más terrible todavía es el término "perdedor". Porque el "fracasado" se hace, pero el "perdedor" se supone que nace, que no tiene escapatoria. La escapatoria, una vez más, está en el abrazo, en la mirada -y en las palabras- de quien te quiere. Parecidas a las palabras de esa madre son éstas que le dice el abuelo a la niña protaganista en ese disparate de película que es Little Miss Shunshine, y que me apunté hace unos días: "¿Sabes lo que es un fracasado? Un fracasado de verdad es alguien que tiene tanto miedo a no ganar que ni siquiera lo intenta".

Antonio Azuaga dijo...

Me sigue pareciendo peor “fracasado”. A lo mejor es manía personal, pero para mí el perdedor, lo es porque pierde siempre; y, si siempre pierde, es que sigue luchando. Por muy de nacimiento que sea su condición, aún tiene una veta de combatividad, un empeño absurdo y sin logro posible, pero empeño al cabo. Le queda un átomo de voluntad. Al fracasado no. Si yo escribiera una novela sobre un derrotado, un perdedor y un fracasado, la terminaría así: el primero, severo y triste, en cualquier lugar solitario, lamentando la derrota, pero convencido de que hizo lo que debía hacer; el perdedor, sombrío y desconcertado, en la barra de un bar y de bourbon hasta las cejas; el fracasado esperaría su turno en la consulta de un psiquiatra o de un psicólogo. Los dos primeros todavía “hacen” algo; el último, ya sólo aguarda una terapia.
Claro que ésta sería “mi” novela.
Gracias, otra vez, amigo /a, por tus palabras.