sábado, 7 de julio de 2007

Derrota y fracaso

Hubo un tiempo en que el vencedor se oponía al vencido, el victorioso al derrotado. Era un tiempo heroico, de grandes ejemplares humanos. Luego, la mediocridad eclipsó la Historia y aparecieron los "buenos" predicadores de la nueva axiología. De pronto, se enarboló el postulado de la terrenalidad gozosa. Unos creyeron que la grandeza era posible sin el paradigma, otros se limitaron a ser eficaces; unos demolieron, otros funcionaron. Los vencedores fueron sustituidos por los triunfadores y los vencidos por los fracasados: se trataba de arrancar a las palabras cualquier connotación de viril o guerrero esfuerzo.

Esta semántica e insignificante oposición dice, sin embargo, mucho sobre la crueldad de nuestra era: mientras el vencido, el derrotado, sin tener ya nada, aún es dueño de su dignidad, el fracasado es basura existencial. A Don Quijote le derrotó un mezquino bachiller, pero no le hizo fracasar nadie. Que nosotros hayamos sido capaces de sustituir un concepto por otro muestra lo poco que da de sí nuestra supuesta cultura, descubre el profundo cinismo de su moral.

Pero todo es coherente. A fin de cuentas, un fracasado crea puestos de trabajo: consultas, terapias psicológicas y fármacos variopintos. A un derrotado le basta el abrazo de un amigo.

(Consideraciones, 1997)

8 comentarios:

Anónimo dijo...

¿el mismo abrazo que le basta a un "fracasado" para dejar de serlo?

Antonio Azuaga dijo...

Amigo /a, creo, aunque pudiera estar equivocado, que en nuestra sociedad el apelativo de “fracasado” es más dañino; creo que, psicológicamente, es más cruel porque deja a la persona mucho más indefensa, más anulada. Un derrotado puede arroparse de heroísmo, de cierta grandeza. La palabra “fracaso”, si se mira bien, es bastante más destructiva; de hecho, su primer significado, aunque en desuso, es “destrozar”. El problema está en lo que nos pesan los términos en que se definen nuestros actos. Y no hablo de ser “políticamente correcto” en el lenguaje, sino moralmente justo, o piadoso si se prefiere.
Gracias por tu visita.

Anónimo dijo...

Pero hemos llegado a tal punto que hasta los mismos derrotados dicen de sí mismos que son unos fracasados. E incluso hay cierta delectación en el empleo del término, cierta falta de dignidad. Un derrotado que, sin embargo, no haya caído en las trampas del lenguaje de esta sociedad (trampas que llegan al centro mismo de las almas), no sólo no dirá de sí que es un fracasado, sino que se mantendrá en pie y estará siempre dispuesto para el siguiente combate.

Antonio Azuaga dijo...

Tú lo has dicho, Julio, “cierta delectación” incomprensible, una especie de masoquismo personal por “social” imperativo. Porque al vencido “lo” vencen, al derrotado “lo” derrotan, incluso, el perdedor pierde, puede que por causa ajena. En los tres términos hay un rincón para la dignidad. Sin embargo, el fracasado es él el que fracasa, él es la ruina. ¿Por qué se buscará esa destrucción del alma luchadora que no alcanza el éxito convencional? Conste que la pregunta es retórica porque algunos, amigo mío, sabemos de sobra lo que se pretende.

Anónimo dijo...

Don Quijote sabe quién es; El fracasado es un hombre que, en primer lugar, se ha dejado convencer de que su quién no es más que su qué. Después, cuando ese qué no alcanza los niveles de prestigio, reconocimiento, productividad y éxito social requeridos -pasta y status en definitiva-, cuando se ve tirado en la cuneta -a veces desde lo alto de la ola, otras muchas sin llegar siquiera- se considera basura existencial, un ser malogrado. Y ya se encargarán de reforzarle esa imagen de sí mismo, a ver si se quita de en medio y deja de ser gravoso al sistema. Sí que es cruel: es cruel el sistema y es cruel consigo mismo el que se tragó el anzuelo; y la única cura posible, cuando desde ese estado resulta difícil decirse "yo no soy ese desecho, yo sé quien soy", está en la mirada de alguien que te mire con amor, en unos ojos que, desde unos criterios completamente distintos, como son los criterios del amor, te diga "yo sí sé quien eres, y cuánto vales y cuánto importas". Es cuestión de sustituir los ojos que te valoran: sustituir los ojos del Gran Hermano, por los de quien te quiere, por los del amigo, por los del hermano a secas. Eso es lo que quería decir, que hasta con la lacra del "fracaso" puede un abrazo.
Muchas gracias a ti.

Antonio Azuaga dijo...

Amigo /a, estoy totalmente de acuerdo con cuanto dices. Yo apuntaba que al derrotado le “basta” el abrazo de un amigo; no estoy seguro de que quien carga con el estigma de “fracasado” obtenga igual beneficio de aquél. Precisamente por el peso social del término, precisamente porque se le ha convencido al hombre de que “no es más que su qué”, como tan bien dices. Por encima de la eficacia de la parte, está el poder del todo, y es éste el que siembra esas semillas de destrucción para quien “no da la talla” de sus estúpidos referentes. Creo que estamos de acuerdo en que los espejos en que debe mirarse la persona son de categoría más elevada; por eso quien realmente “no da la talla” es este tiempo, es esta sociedad, es este desnivel en la esperanza con que se nos zancadillea a cada paso que intentamos dar.
Muchas gracias por tus acertadas observaciones.

Anónimo dijo...

Tienes razón. Puede que el "fracasado" necesite muchos abrazos, hasta hacerle darse cuenta de que son abrazos, y no aplausos, lo que necesita.

Antonio Azuaga dijo...

Perfecto: el abrazo es de la persona; el aplauso, del público. Hay que situar a aquélla por encima de éste.
Lo has resumido de excelente manera.