jueves, 22 de febrero de 2007

El vendedor de recuerdos irreales

­– Estoy ahorrando para comprarme un recuerdo maravilloso que soñé el otro día.

¿Imagináis que alguien os dijera esto? Tal vez sí porque la libre circulación que se da últimamente entre lo habitual y lo extraordinario nos ha dejado en grave raquitismo la capacidad de sorprendernos. Por eso si miramos la cara de la gente, descubriremos un gesto de estúpida y vanidosa satisfacción, muy parecido, probablemente, al que se le quedó a Adán durante la digestión de la bíblica manzana. Tal parece que ya fuéramos dioses que observan con decadente hastío cómo se empaquetan los prodigios y se comercia después con ellos.

Pero yo no me refiero a ningún vendedor de micro-pendrives susceptibles de instalación orgánica en el lóbulo frontal de nuestro cerebro y con 2 Gb de capacidad de almacenamiento. Yo hablo de convertir los sueños en recuerdos, de transformar un pasado soñado en un pasado real, el empeño loco de todos los poetas de todos los tiempos.

Cuando se pregunta “es usted feliz”, la gente enarca las cejas: o cree haberlo sido o lo espera llegar a ser; muy pocos dicen serlo. La mayoría se instala en una esperanza que siempre se pospone. Por eso, el vendedor de recuerdos no lanza, como la técnica, su producto hacia el futuro (que “no lo somos”) sino hacia el pasado (que, en realidad, es lo único que “somos”). Se trata de un revolucionario de la historia; un hombre insignificante con una pequeña tienda en una calle estrecha que vende lo no posible: recordar un momento que nunca se vivió.

Os aseguro que yo he comprado en esa tienda.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y si ese vendedor vendiera no un momento que nunca se vivió, sino un momento vivido pero transformado a su manera? Porque eso, a veces, ocurre.

Antonio Azuaga dijo...

Creo que también tiene de eso. La verdad es que este vendedor no es más que un navegante por “los infinitos mundos posibles” de Leibniz o de Everett, o por los “yos_exfuturos” de Unamuno. No hay nada que no podamos imaginar de nosotros que no haya sucedido alguna vez; de ahí el pingüe negocio de este hombrecillo. Cosas así han caído sobre mi último poemario (¡a mi edad!)

Montserrat dijo...

La maletas de la memoria son inespaciales e intemporales y a veces nos dan sorpresas, sobretodo en cuamto a dimensiones y precisiones temporales.
Cuando vemos un jardin, casa o parque,que conocimos de pequeños, siempre nos parecerá que ha disminuido de tamaño.
Y cuando intentamos recordar un hecho conceto, muchas veces se resiste a enmarcarse correctamente en el tiempo.
Quizá sea mejor comprar recuerdos irreales en la tienda y darlos por vividos: pues "toda la vida es sueño y los sueños sueños son".