martes, 20 de febrero de 2007

El gato de Schrödinger

Digamos que esto es una prueba, o digamos que el maldito gato se me ha metido últimamente en la cabeza de manera obsesiva. Creo que, con variantes, se subirá al título de mi próximo libro. Nada de física, naturalmente, ni de mecánica cuántica, por supuesto -¡qué habría de decir yo, pobre de mí, de tan farragosas disciplinas!-. Yo sólo escribo poesía; quiero decir, lo intento; y el animalito en cuestión se me antoja de lo más sugerente en este particular.

Cuando se llega a cierta edad, la sensación vida-muerte, amor-desamor, memoria-olvido, se hace tan patente, que el hecho de que un miserable felino se quede entre los pares con tan definida displicencia, no puede por menos que despertar admiración.

En el fondo, yo quisiera ser el gato de Schrödinger; por mucho que me aseguren que su suerte depende de un observador... ¡Cómo si supiéramos, fuera de la caja, de lo que depende la nuestra! Claro que, a lo mejor, el observador está en otra caja; y en otra mayor, el que observa al observador; y en otra, el observador del que observa al observador; y en otra... Mejor dejarlo. Naturalmente, esto no es nada nuevo: nihil novum... Orientales adagios, "muñecas rusas", los infinitos mundos posibles de Leibniz...

Por cierto, esto me recuerda que entre la interpretación de Copenhague y la de Everett, me quedo con la de Everett: poéticamente hablando, es infinitamente más prometedora.

Vamos, que entre Everett, Schrödinger y el gato-Hamlet se consumen las horas al atardecer.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si la risa es un indicador de felicidad el dichoso gato debe ser el animal mas felíz del universo. No debe haber parado de reir desde que Schödinger le eligió para que el resto del mundo contemplase perplejo y envidioso como se moría, dejaba de morirse y de no morirse al mismo tiempo y para siempre.