domingo, 25 de febrero de 2007

La didáctica de los almendros

Esta mañana he visto almendros florecidos, primeras señales de lo que en breve será inminente. Cumplido el ciclo, todo parece querer empezar de nuevo. No tiene inconveniente la Naturaleza en volver a ser quien fuera hace un año. Los clásicos del pensamiento, magnetizados por el ejemplo, lo convirtieron en arquetipo de la Historia: el eterno retorno de lo mismo como paradigma de afianzamiento del ser en el Ser. No tuvieron complejos en aceptarlo ni carecieron del valor de proclamarlo. Qué duda cabe que, si todo ha de repetirse, la asunción del destino propio es una cuestión de grandeza, un plato que sólo puede digerir el héroe. Siglos después, Nietzsche invitará al superhombre a ese banquete de privilegiados.

Yo no creo en el destino, pero debo reconocer que el modelo me subyuga; sobre todo si lo pongo al lado de este otro modelo de “crisis de originalidad” que venimos padeciendo en tantos órdenes de la vida desde principios del siglo anterior. Hemos pasado de la sensatez de considerar que lo nuevo, si es mejor, debe sustituir a lo viejo; a la imbecilidad de proclamar que lo nuevo, por el mero hecho de serlo, es mejor. Es una falacia como otra cualquiera, pero se ha instalado con tal virulencia entre nosotros que resulta prácticamente imposible, no ya erradicarla, sino criticarla sin convertirse en blanco de las más crueles descalificaciones. El adjetivo innovador transforma en oro, como nuevo rey Midas, cuanto califica; goza de indiscutible patente de corso para llenar el mundo de tonterías que se creen ocurrentes.

Los almendros que he visto esta mañana tenían sus flores maravillosamente blancas, como siempre; tenían la humildad de rendirse a la belleza cíclica de la Naturaleza.

¡Qué lección!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es el problema del carácter lineal de nuestra cultura. Empieza por amar las novedades y, en muchos casos, acaba por amar las necedades. Una ventaja de ese carácter lineal es que nuestra tradición es más flexible, más viva. No se ha quedado petrificada en un momento de la historia. Es capaz, si los individuos son sanos, de conservarse y, a la vez, transformarse. Lo malo es cuando se la ignora por completo o se la intenta destruir, lo que incluye desactivar ese mecanismo íntimo de transformación. Un ejemplo: las vanguardias artísticas, dando por concluida la tradición, han ido a caer en el eterno retorno (tan ajeno a nosotros): todo lo que proponen como novedad ya lo era hace setenta años, y siguen proponiendo lo envejecido como si fuera un hallazgo. Así una y otra vez.

Antonio Azuaga dijo...

Tienes razón y, además, apuntas otra idea interesante del "carácter lineal de nuestra cultura": el progreso. Claro está que el progreso tiene sentido si existe un referente, algo hacia lo que se progresa o se avanza. La tontería de las "vanguardias artísticas" (y no sólo artísticas)es que reverencian el progreso por sí mismo, sin norte ni referencia. De ahí que ni ellas mismas sepan qué está "delante" y qué "detras" e incurran en ese retorno a que te refieres, eternamente cutre, donde el héroe se sustituye por el papanatas.