jueves, 30 de agosto de 2007

La vida en vilo

No recuerdo exactamente en qué momento ocurrió, los daños colaterales de la edad se descubren de pronto, pero tienen una gestación larga y difusa; son como el emborronamiento paulatino de la claridad de un atardecer en que, de repente, descubres que los gatos se han vuelto inevitablemente pardos. No me refiero, sin embargo, a esas trasformaciones físicas que, poco a poco, van convirtiendo en una caricatura dolorosa nuestras presunciones de antaño; de lo que hablo es del aumento gradual de la conciencia (debiera decir “consciencia”), un correlato inevitable del “haber vivido” que nos hacer ver lo que no veíamos, pensar lo que no pensábamos, temer lo que jamás temimos.

Los años dorados son dorados porque la vida, biológicamente hablando, es más acción que pensamiento, más instinto que reflexión. De jóvenes, por contemplativos que hayamos creído ser, actuamos más que pensamos, reaccionamos más que deducimos. Ese dinamismo, más animal (dicho aquí sin intención peyorativa) sin duda, es por fuerza optimista: los impulsos no se saben rodeados de conclusiones adversas, se dan como tal y siempre ven su objeto como favorable. La adversidad, por lo general, se combate más eficazmente a los veinte años que a los cincuenta. Biográficamente hablando, sin embargo, la vida acumula la adversidad como advertencia, el dolor como aviso, la tristeza como precaución; y se descubre entonces un decir constante de los hechos que amenaza a quienes queremos y, sin embargo, no podemos convencer de nada.

Decía Kierkegaard que la angustia es la conciencia de la posibilidad –bueno, más o menos, que otro daño colateral de la edad es el extrañamiento de la memoria–. Si la ecuación es correcta, si a más años más conciencia, el panorama es desalentador, y el horizonte angustioso, inevitable.

Vivir, a partir de cierta edad, es un vivir en vilo, un vivir que piensa más que actúa, que reflexiona más que reacciona. Un vivir que es un constante e inútil desvivirse.

3 comentarios:

Máster en nubes dijo...

Tienes razón que con los años se hace uno más consciente, Antonio. Pensamos más y nos damos cuenta de más cosas quizás.

Pero creo también que esa consciencia no sirve solo para percibir lo terrible, lo duro, lo triste o todo lo malo que puede ocurrir.

Creo que esa conciencia te hace descubrir también más matices de lo bueno y lo hermoso que tiene la vida. Y te anima a disfrutar más.

O sea que el panorama no me parece tan desalentador. Pero es que soy optimista, ya sabes, somos más tontos.

Un beso y un abrazo

Aurora

Antonio Azuaga dijo...

No, no, Aurora, no se trata de pesimismo o de optimismo. En realidad, el texto es más personal que filosófico. Para que me entiendas: es la una y cuarto de la madrugada y dos de mis hijas están por ahí, disfrutando (¡hacen bien!) de los odiosos (¡para mí!) sábados... ¡Adivina quién está en vilo!

Besos.

Máster en nubes dijo...

Ay, Dios mío, perdona. Pensaba que era más filosófico que personal.

Pero por supuesto que eres tú quien vive en vilo, y ellos o ellas, con su inconsciencia, tan felices.

No tengo hijos, pero sí familia y amigos con hijos adolescentes y jóvenes. Y las noches de los sábados las pasan muchos padres esperando oír la llave, los pasos, etc. Creo que por eso muchos padres son aficionados a internet o "blogeros" ;-): para entretener las horas de espera de noches. Así ya he conocido varios por aquí...

Un abrazo, besos y hasta otra entrada tuya. Aquí ha caído una nevada preciosa.

Aurora