lunes, 27 de agosto de 2007

Estado y sociedad

Sería una vulgaridad –sobre todo después del asalto de Almodóvar– que, no obstante mi afición al tango y al lunfardo, retomara estos apuntes diciendo algo así como “yo adivino el parpadeo / de las luces que…”, etc. Por más que sea cierto que vuelvo, que volvemos, con la frente algo más marchita y la contumaz evidencia de que veinte, treinta, cuarenta incluso (¡qué barbaridad!), años no son nada. No hace tanto, por supuesto, que me despedí; pero sí que practico esa humana gimnasia de fortalecer la edad de manera inconsciente y, absolutamente, involuntaria.

Guardo aún en los ojos memoria de bellezas de estos días pasados, rincones y paisajes de valles pirenaicos, modestas y hermosísimas iglesias que ensanchan la pedagogía de la espiritualidad a pesar de su corporeidad compacta. Sueño aún con “la Vall de Boí”, con “Sant Joan”, con “Sant Climent”, con las dalias de Taüll, con la “Nativitat” de Durro, con “Sant Feliu”, con las calles de Barruera, con "Vielha", con Benasque, con gente, con buena gente, que te hace pensar qué diablos tendrán en común, hoy en día, la sociedad y el estado, las personas que te sonríen y los políticos que las representan.

Así que vuelvo, sí, para recordar; para recordarme, una vez más –a pesar de haber pensado años ha cosa distinta–, que la Historia la hacen –¡y la sufren!– quienes nunca saldrán en los libros de Historia.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya sabes que me alegra siempre volver a leerte y hoy, además, saberme conforme en que la historia la hacen los que no salen en lo libros de historia, esos mismos libros que el poder simpre transforma a su gusto y según sus justificaciones. Pero afortunadamente solo pueden cambiar eso: el texto, no el paso del tiempo ni sus consecuencias y resultados. Un fuerte abrazo

Antonio Azuaga dijo...

Desde luego; los maestros de Taüll, por ejemplo, no tienen nombre. Lo tienen, claro está, los “señores de Erill”, su viaje a Roma, su impulso, su, probablemente, “inversión” en salvación del alma o vanidad de gloria humana; pero las manos que perfilaron la ingenua piedad de sus pinturas duermen anónimas en las laderas de los Pirineos. Como duermen los brazos que levantaron las piedras de sus torres; como duermen sus dolores, sus alegrías, sus tristezas… Sólo nos queda la literatura para compensar este desequilibrio. Hay nombres que merecen estar en donde están, pero hay otros que ocupan innecesariamente renglones valiosísimos en las crónicas.

Gracias y un abrazo.

Anónimo dijo...

¡Qué envidia de viaje, Antonio! En cuanto a la historia, creo que la hacemos, vivimos y sufrimos todos, también los que salen en los libros de historia.

Antonio Azuaga dijo...

También es verdad, Julio; a fin de cuentas la “verdad”, cuando se habla de “lo que es”, no de “lo que debe ser”, es “perspectiva”. Retirar a unos para poner a los que no figuran no es más que una hipérbole literaria para compensar “la historia silenciosa”. Reconoce, de todas formas, que las inquinas que siembran los intereses políticos entre las gentes de este país, nación, patria, tierra, o como quieran llamarla, es un renglón podrido que descubres sobrante cuando hablas con las personas en las calles de sus pueblos: amabilidad (cariño incluso) y educación sobresalientes, dos perlas de imposible hallazgo en los “Telediarios teletorticeros”. ¡Una pena!

Gracias, cartaginés (eventual) de pro.