jueves, 31 de enero de 2008

La verdad


No se hace la verdad. Ni se descubre. Ni se desvela.
Ni siquiera
se finge o se disfraza o se inventa…
¡O se sueña!
No se intercambia, no se acomoda, no se acuerda;
no es convención ni es trato, no es consecuencia.
Causa de nada a nada alcanza, a nada llega.
Nada produce, nada gana, nada renta…

Se defiende sin más… Casi siempre con tristeza.

(enero 2008)

miércoles, 30 de enero de 2008

Mal tiempo

Es incómodo el eneasílabo. Para mí por lo menos. Se me antoja un metro árido y frío, como de mal tiempo. Por eso, tal vez, no me gusta (ni el metro ni “mi” resultado en el combate). Pero me desafía, me arroja el guante cada vez que intento pensar con él. Y no puedo evitar enviarle a mis padrinos:


Hace mal tiempo aquí, del otro
lado de tu silencio, cerca
de las palabras que mendigan
ante la puerta de tu ausencia.

Cada día que pasa, cada
hora que a cada día niegas
la vocación de imaginarte
voz, alma, página entreabierta.

Hace mal tiempo y dolor hace,
y hace noche y hace tristeza
en este lado de la vida,
en esta provincia desierta
donde es la soledad, y el frío,
donde sólo las sombras cuentan.

Hielo y escarcha. Tengo el miedo
arruinado de las tormentas
sobre la piel de las preguntas
que no quiere acoger la tierra.
Y el trueno de la nada, el trueno
de tu silencio en mis acequias.

Hace tiempo que hace mal tiempo
ante la puerta de tu ausencia.


(enero 2008)

martes, 29 de enero de 2008

La luz, Durero y Sciascia

Entra un sol de atardecer cercano por la ventana izquierda del despacho. Me lo devuelve el suelo, brillante, recién fregado, al dolor de los ojos. Me inquieta la mirada. No sé por qué me viene a la memoria “El caballero, la muerte y el diablo”. No veo relación alguna entre este vacío, cotidiano y ahora luminoso, y el grabado de Durero. También me viene Sciascia, también esa pequeña y terminal maravilla suya, “El caballero y la muerte”. Es un rebote, como el de la luz hiriente, del sol al suelo, del suelo a mi daño. Ese “Vice”, no “Jefe”, sino “Vice”, fumador irreversible y con cáncer irremediable, que no muere de un diagnóstico sino de una consecuencia de la voluntad, es un arquetipo, un ejemplar extinto, para el que su acción, su quehacer, siempre es empresa, obligación que cumplir, tarea que culminar. Un ejemplar de los que piensan, de los que pensaban, que un minuto más de vida merece la pena si aún queda algo por hacer, lo que sea; porque el diablo, su negro poder, es el ocio: ¡esa obsesión por la pereza institucionalizada! ¿Impopular? Por supuesto. Y afortunadamente: nada me deprimiría más que decir algo “popular”. Hoy por hoy, el peso de la verdad se determina en proporciones inversas a la cantidad de sus defensores. Aunque, quizá siempre ha sido así, por eso la Historia es un error creciente.

Más que nunca se necesita al caballero, más que nunca a ese “Vice”, más que nunca a Don Quijote (ya doblaba Sciascia la debida obligación de su lectura)... A veces, hasta para inventar el amor, tan maltratado y comercial, tan circunstancial, tan egoísta… Y saber que la muerte esta ahí, como condición de todo, como posibilidad de todo, sobre su caballo viejo y cansado, como apoyando al diablo, como diciendo: “tu brioso corcel será nada, tu valor será nada, tu sueño será nada… Detén la voluntad que nada es su horizonte”. Y seguir, a pesar de todo.

Hay que tener madera de grandeza para cabalgar con la mirada indiferente del caballero, tal vez en una luz que no podemos ver, pero nos hiere; que no alcanzamos, pero nos hiere; que no podemos evitar… porque nos hiere. ¿Masoquismo? ¡Qué vulgaridad los diagnósticos! Nunca entenderemos que la voluntad, aunque nos mate, es la única provincia del hombre que limita con Dios.

lunes, 28 de enero de 2008

Del Aquinate a la “Educación para la ciudadanía”

No es mal día hoy, día de Santo Tomás, el Aquinate, patrón de los estudiantes, para dedicar algunas lágrimas a ese cadáver de la educación hogaño, por aquello de la fe grande, que fue su vida, y de la fe en nada, que es la nuestra.

Parafraseando la distinción kantiana entre filosofía académica y filosofía mundana, podría asegurar que en educación ocurre cosa parecida; esto es, hay una educación mundana y otra académica; o, si se prefiere, una educación estructural y otra estructurante. Lo lógico sería que aquélla y ésta fuesen de la mano; que la primera fuera tierra dispuesta y la segunda siembra y abono, porque, si eso no sucede, si una es charca y la otra se imagina semilla, el resultado es el mal olor de la putrefacción. Me dejaré de imágenes que luego no me entiende nadie.

La enfermedad de la educación actual es la esquizofrenia, el dualismo de personalidades que exhibe entre lo que es en las calles y lo que quiere ser en las aulas, entre los valores que se maman en el día a día y los que, angelicalmente, se pretenden predicar desde las tarimas, que es otra metáfora porque las tarimas hace muchísimo que no existen. La estructura social es violenta, egoísta, soez, grosera, perezosa, desnortada… y esa estructura social embarra el ochenta por ciento del tiempo semanal de los educandos. Algún espabilado, de esos que luego suelen legislar, concluirá inmediatamente: “hay que aumentar las horas de permanencia de los escolares en los centros”. Es lo mismo que les ha pasado durante años con “los medios”: “proporciónense más, redúzcase la ratio, háganse grupos flexibles, dótese de ordenadores, sírvase profesorado de apoyo…” Sin duda, sin duda, pero… ¿de qué sirven en la charca la azada, el arado y el abono?, ¿a qué conduce la siembra si cada día se echa más lodo en el pantano?

Por eso me ha parecido siempre una estupidez la “ardiente” polémica que se ha montado sobre esa asignatura, Educación para la ciudadanía, que en breve adornará la indiferencia de los escolares de 2º de E.S.O. Estupidez por el nombre, que es un dodecasílabo ampuloso y pleonástico (¿acaso hay alguna educación que no quiera encaminarse a la ciudadanía?); estupidez por quienes la conciben, que le conceden “una” hora semanal para contrarrestar el pantanoso efecto de las ciento sesenta y siete restantes; estupidez por quienes la discuten, que se piensan que sirve para algo… En fin, otro espectáculo de circo, con gladiadores incluidos, para distraer la “aburrida preocupación” del pueblo de Roma: ¡así parece que se confrontan ideas!

Mientras tanto, la televisión, y no sólo la televisión, sigue echando mierda, que no abono, a la ciénaga de cada día. ¡Ánimo, el futuro es nuestro!

Claro que, para enmendar esto, habría que creer, tener un poquito de fe en algún norte, ya casi da lo mismo en cuál... Permítaseme el escepticismo.

sábado, 26 de enero de 2008

Las seguidillas del caballero inactual

Para desengrasar, que ayer estuve espeso y, a lo peor, confuso. Galante y simple. Noche de sábado al cabo, que también puede ser fiesta de modo diferente. Me nació esta mañana de un recuerdo secuestrado.

Capa negra y sombrero de ala ancha. Voz ronca y copa de manzanilla, de la que pone color en las palabras y melancolías en la memoria. Medio alboroto en un bar, entre cutre y pintoresco, con olor a cerveza y cigarro en el aire. Afuera, la calle con los andenes de los besos a hurtadillas y un silencio con corona de faroles taciturnos. Noche de un sábado no posible, para un caballero inactual –que es título de Azorín y me quedo porque me gusta–, para un fantasma anacrónico que anda perdido en las calles de una ciudad que no existe, cantando seguidillas a unos ojos que no están, echando de menos un sueño que ya no tiene…


La noche me han robado
dos luminarias
que hacen guardia en la almena
de tus pestañas.

En la calle que vives
ya no hay faroles:
se los llevan tus ojos
a sus balcones,

cada vez que paseo
por la calzada
y se adorna la noche
con tu mirada.

Callejones oscuros
son avenidas
luminosas del alma
si tú los miras.

Y más vueltas que un tonto
doy por tu barrio,
él sin luz por tu culpa,
yo, desvelado.

Mi calendario duerme
con un deseo,
que querría ser mayo,
pero es enero.

Parpadea un momento,
que si te niegas
se desvelan mis pasos
sobre tu acera.

Y no es justo que pasen
de claro en claro
mis andares la noche
que le han robado.

(enero 2008)

viernes, 25 de enero de 2008

Fe, razón, ciencia, barbarie…

Me voy de mí. Creo que ya está bien, que llevo casi todo el mes con el “yo” cuesta arriba y el “yo” cuesta abajo. Así que, me voy, me aparco el empachoso narcisismo en cualquier parte, aunque esté prohibido, y me voy a la razón, ésa que presumo tener siempre, y no es cierto, y que sólo tengo a ratos, y es verdad. Y me voy a la razón para hablar de la fe, que no es un pío deambular por sacristías, sino una cuestión de física dinámica, un teorema de fuerzas motrices que hacen que el hombre funcione como es debido.

Engels se equivocaba: lo que mueve al hombre no “tiene que pasar necesariamente por su cabeza”, sino por su corazón. Yo puedo establecer con mi pensamiento una relación más o menos distante; sin ir más lejos, es lo que estoy haciendo mientras escribo esto. Como diría Ortega, en la creencia se está, mientras que las ideas están en nosotros; y hay una diferencia notable entre ser contenido y ser continente. Y es que las ideas no definen mi espacio ontológico en el mundo; mi fe sí. Por eso no puedo pensar mis creencias. Puedo quererlas, o temerlas, o llorar o morir por ellas. Sin embargo, nunca se me ocurriría morir por defender que la constante de gravitación universal es ese número tan capital y de tan extravagante insignificancia (6,6x10-11, más o menos). En realidad, los saberes de la ciencia, espero que nadie se moleste por ello, nacen, crecen y se desarrollan por mor de su utilidad. Las proposiciones científicas sin vocación, próxima o remotamente, instrumental tienen menos futuro que una sartén de cartulina; entre otras cosas, porque proposiciones así no se consideran científicas. Se le permiten a veces a la matemática, pero mirando de reojo a sus posibles desarrollos técnicos.

No creo decir nada nuevo, sólo pretendo constatar un olvido: la ciencia es verdadera o falsa si es o no útil, la creencia es inútil porque no es ni verdadera ni falsa. Sin embargo es la fuente de energía de aquélla. Si he dicho que se trataba de una cuestión de física dinámica, ha sido metafóricamente, para desterrar ñoñerías y chistes fáciles al respecto, no para darle entidad científica. Cuando la cultura occidental empezó a creer en cosas que podía pensar (¡ese pecado de la Ilustración!), no hizo sino poner los huevos de su naufragio: todo instrumento requiere para su eficacia de una energía ajena al instrumento; si aquélla se convierte en éste, ni éste puede ser éste, ni aquélla es realmente aquélla. Y entonces la razón, se vuelve sinrazón, inquietud moral, desorientación del alma, debilidad de su proyecto enfrentado a la barbarie, que no sabe, pero cree con una firmeza aterradora.

jueves, 24 de enero de 2008

Palinodia del charlatán

Ni una sola palabra ha sido innecesaria. Disfrazada tal vez. Quizá, torpemente enterrada. Pero no innecesaria. Los arqueros apuntan al aire; ni el impulso ni el ojo son superfluos, aunque el dardo sólo alcance la tierra inútilmente. Sólo él sabe por qué pensó en la garza o la paloma; sólo él sabe por qué eligió el momento de soltar la cuerda; sólo él sabe por qué quiso el error. La insistencia en éste se debe a que la pedagogía y los sueños son incompatibles. Lo mismo que las academias y las destrezas del alma. Pero ninguna palabra ha sido prescindible.

miércoles, 23 de enero de 2008

Soleares a una sonrisa

Como desagravio a esa barbarie “viril” (?) que ensucia los titulares de los periódicos.

A la sonrisa de las mujeres, que siempre nos dan la vida


Cada vez que te sonríes,
mira tú lo que me pasa:
se me va la gana triste

que es la gana de no hacer
las cosas como Dios manda
ni de quererme querer.

Corona tu risa al día
para que no se me enrede
la voz de melancolías.

Y me dejo de pensar
pesaroso, taciturno
mostrenco, calamidad.

Ocurre el cielo de pronto:
tú sonríes y yo cruzo
como un vencejo tus ojos.

Y algaradas de pestañas
sobre las dunas del día
me regalan tu mirada.

Yo no quiero que anochezca
esa sonrisa que pone
a la tristeza entre rejas.

Ni quiero que pase nunca
que me mires seriamente
como la pena a su culpa.

No dejes que las fronteras
de esa alegría se cierren
por la culpa de mis penas.

Que si sonríes, se mueren,
se secan de puro tontas
por tanto rumiar ayeres.

Pongamos que entre tú y yo
hubiera sido posible
lo que nunca sucedió.

Pues tanto da que no fuera:
si te veo sonreír,
es como si sucediera.

Hay que ver lo que me pasa:
¡sólo porque te sonrías
me dan de vivir las ganas!

(enero 2008)

martes, 22 de enero de 2008

El charlatán, la ciencia y la ética

Al diablo con la jerga que no tiene que pasar horas larguísimas observando la inmensidad terrena en que pace, reunida en un fotograma excelente en su temporal soledad (lo "único" siempre es lo universal). Una comparación justa sólo puede hacerse entre dos totalidades equivalentes hasta el cabo de su última caricatura de ladridos, que, antes de que se inventaran los mecheros de usar y tirar, algunos utilizábamos…

Estoy desolado. El aberrante párrafo anterior es mi contribución particular a la experimentación genética, el ejercicio de un aburrido Doctor Frankenstein que esta tarde ha recorrido el cementerio de sus apuntes y ha exhumado diferentes miembros de distintos cadáveres. El resultado ha sido ese individuo en cursiva del principio, ese monstruo de teselas literarias que se queda a mitad de camino entre una críptica reflexión y un ácido prefacio más o menos surrealista. Parece que quiere decir, parece que va a decir, incluso no suena del todo mal… ¡Y no son más que renglones cogidos al azar (ojos cerrados, puntero del ratón en ristre) de algunas entradas de la Primera y Segunda estación!

Estoy desolado. Cuando uno escribe con tan “flexible polivalencia”, es que uno no dice realmente nada; o dice cualquier cosa, que es lo mismo, o peor, que no decir nada. Pero además, estoy preocupado. Sí, francamente preocupado. El azar puede dar sentido a las combinaciones o negárselo, o prestárselo sólo en apariciencia, o medio dar, medio quitar. Estoy pensando en los laboratorios de verdad, en las estanterías de probetas y las cátedras de palabras, en las permutaciones, variaciones, alteraciones, eliminaciones… de esos renglones de la vida (humana en este caso) que llamamos genes. Estoy pensando en la tentación de jugar, como yo esta tarde, con la disposición y el orden de aquéllos: el producto puede ser un monstruo sin alma, o con la mitad del alma, o con solo dolor y una tristeza sin significados, o con un vacío aterrador en la mirada... Estoy pensando en quienes dicen que la investigación científica no tiene por qué someterse al tribunal de la ética.

Como yo, que, a lo peor, sólo soy un charlatán polivalente, un laboratorio de palabras que, se coloquen como se coloquen, siempre parecen decir, o querer decir, o ir a decir… Y no dicen nada.

Debo plantearme seriamente si deben anochecer de una vez estos atardeceres.

lunes, 21 de enero de 2008

La geometría y la vida

Dos rectas dibujadas en el mismo plano son paralelas cuando los puntos de ambas se mantienen a la misma distancia; convergentes cuando la disminuyen; divergentes cuando la aumentan…

Más o menos así lo canturreaba, en esas machadianas tardes de lluvia tras los cristales, la Señorita Eloísa (todavía no se había inventado lo de “seño”), que, naturalmente, no era señorita, sino Señora, y que entonces me llenaba la cabeza de geometría y hoy el corazón de nostalgia. Después, y como ejemplo, dibujábamos en un cuaderno con hojas cuadriculadas dos rectas paralelas y una secante a ambas; y sobre ellas, los nombres correspondientes. Al trazarlas, recuerdo que imaginaba siempre los puntos no visibles como si fueran un señor pequeñito y distante que caminaba sobre el papel y dejaba un rastro de grafito. En algún lugar se encontraba con otro señor, distante y pequeñito, y luego se separaban para siempre. Los de las paralelas tenían peor suerte porque no se cruzaban nunca. Por aquello de que uno debía de ser ya obsesivamente platónico, me molestaba sobremanera que las líneas fuesen de distinta longitud, que una de las que divergía resultase más larga que la otra. No sé, en realidad, si por platonismo perfeccionista o por intuición de ese dolor que nos crece cuando el reguero de grafito es, de verdad, la vida de alguien cuyo punto se halló con nuestro punto un tiempo, que invadió el inextenso espacio de unos cuantos ayeres de nuestra memoria y siguió luego, bajo el trazado de un Dios que dibuja geometrías en el alma, su curso irreversible. Hasta que un día, un día como hoy, luminoso y de repente triste, nos dijeron que la otra línea, la inevitablemente divergente, se había matriculado para siempre en sombras y soledades.

La mía sigue, amigo Salceda (alumno primero, compañero después, maestro más tarde de una de mis hijas, interlocutor ahora de ésos que se me van haciendo habituales en mi provisional espera), Dios sabrá por cuánto tiempo. Un Dios que se empeña en dibujar como a mí tanto me molestaba, que alarga unos trazos e interrumpe tempranamente otros, que nos hace incómoda la geometría y la vida dolorosa. Claro que yo sólo soy un punto que protesta; seguramente tú puedes ver ahora el diseño divino de su perfecto cuaderno.

Un abrazo, sombra amiga, nueva soledad interlocutora, desde este plano sombrío y desconcertante que es la vida.

sábado, 19 de enero de 2008

La inquietud de Turandot

…conosco il nome dello straniero!
Il suo nome è...


–Todo puede ese nombre, a todo alcanza
ese nombre. Negad el sol al día;
negad el día al día, la agonía
de la noche negad y la esperanza

del alba al valle, al cielo su mudanza...
No madruguen las aves su alegría.
No amanezca jamás: ¡larga vigía!...
–Y un nombre al que robar su adivinanza.

No es un dios, es un hombre, sólo un hombre;
¿o es un dios que en soledad desvelas,
que vive en ti, que tu soñar conforma?

­–Ese nombre jamás, nunca ese nombre.
Multiplicad la noche en centinelas.
Vigilad la vigilia… Nessun dorma!


(enero 2008)

viernes, 18 de enero de 2008

Sólo para iniciados

Me ha dejado el día con la palabra en la boca. Últimamente lo hace con frecuencia. No sé por qué, ni qué habré hecho para merecer estos desplantes. El caso es que me mira cuando empiezo a querer decirle algo, se da media vuelta y pega un portazo en el Oeste. Y me deja todo el cuarto anochecido… Y las palabras a tientas golpeándose con los muebles hasta que logran encontrar un interruptor que lo único que consigue es falsificar claridades.

Creo que se han cansado de mí las tardes y sus medias luces. En el fondo lo entiendo: yo que yo, quiero decir, yo que ellas haría lo mismo. De hecho, me estoy entrenando. Porque la verdad es que sé lo que sucede. En realidad lo he sabido siempre; como los iniciados en el silencio y los renglones a contraluz.

jueves, 17 de enero de 2008

Hablando con soledades

Será tal vez porque enero se presta a ello, por ese desamparo de enero. Será por el frío, pura retórica de los termómetros este año. O será porque yo soy, como dije, un ejecutor descarado de la gana triste, quién sabe si para contrarrestar la gesticulante hipérbole de los disfraces de cada día, ese carnaval del mundo en el que, todo hay que decirlo, uno participa con exquisita ortodoxia. O será por todo eso por lo que últimamente hablo tanto con tantas soledades, que son como los vanos del silencio, seres amados que nos dejaron su vacío en las palabras y se hicieron después palabra en la memoria para llenar nuestros vacíos. Son soledades que aumentan con los años, como una renta vitalicia a la que enero aplica un IPC cruel e indefectible. Y, naturalmente, el IPC no deja de aumentar, y cada doce meses nos abona el puntual ajuste en nuestra nómina de ausencias.

Tal es la pensión que nos deja la edad. Todo depende de la cantidad de sentimiento que hayamos invertido en la vida. A eso llamo generosidad; y a mí me parece rentable. A pesar del silencio, a pesar del desamparo, del frío y del abandono, a pesar de que se llene el cuarto de uno de sus muchos vacíos, a pesar de enero y su cruel IPC…, merece la pena sentir hasta la extenuación del alma. Aunque invertir corazón, siempre rente soledades, ésas que son los vanos del silencio. El egoísmo, sin embargo, sólo produce una soledad muda y terrible.

miércoles, 16 de enero de 2008

Confesiones o El gato de Schrödinger sólo fue uno

El cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí
E. Kant


Ahora debo empezar por donde nunca
a empaquetar memorias aplazadas
por no sé qué ecuación de qué maldito libro
que se ha quedado en signo impertinente,
en número que insulta a la verdad,
en cifra irracional, en radical de olvidos.

Debo ahora colocar las cosas donde siempre:
bajo mis pies, la tierra todavía;
tras de mis ojos, el suceso oculto;
el lacrimal de orillas pantanosas
que se traga hasta el alma,
junto al pilar del puente de mis gafas.
Y un breve sinsabor en las esquinas
de todas esas calles en que nadie aguardaba
cuando era el día del prodigio en punto.

Es hora de ordenar la poca paz que queda
en los cuatro rincones de este cuerpo,
dejarse de idioteces y empujar la vida
como todos los dioses que jamás lo han sido.
Y no invitar a Planck ni a Schrödinger a casa,
y no tomar café con Everett ni Heisenberg.
De ahora en adelante, de adelante en siempre,
repetirme que el mundo es la escena rigurosa
de Newton y de Kant y yo el rigor de mí,
la obligación de ser quien debo ser,
bajo el cielo estrellado e inalcanzable.

Es hora de dormir y no soñar con nada;
o soñar con dormir y dormir… eternamente,
para que de una vez me tome la paciencia
de seguir siendo yo sin concesiones;
me guste o no, me quiera o no me quiera.
Lo mismo que las cosas que coloco
en su sitio de siempre, sin preguntas,
sin que nada me importe lo que digan
cincuenta y siete sueños que dejo a las espaldas.


(diciembre 2007)

martes, 15 de enero de 2008

La gana triste

A veces, no siempre, me gustaría tener cierto aire frívolo: le sentaría bien al aire y a mí. No sé de qué me viene esta pesantez del pensamiento. Tal parece que esas cinco o seis ideas, que por aquí andan, se tuviesen en altísima estima, se pensasen a sí mismas con severa gravedad, víctimas de la traición de la homonimia. Quiero decir, que “grave” es, según el diccionario del templo de nuestra lengua, lo grande, lo de mucha entidad e importancia, pero también, en su primera acepción, simple y llanamente, lo que pesa. Pues aquí es donde debe de hacérseme un lío el alma, que, de tanto pretender la mucha entidad, acaba en mármol, losa o vulgar piedra, no de riñón, sino de dolor en el cráneo.

Para qué voy a engañarme: soy un pesado, un agorero, un cascarrabias, un insufrible predicador de desencantos; una fatiga incansable… Sin querer, me ha salido un ejemplo: ¿cómo se puede hablar de ausencia de cansancio en la fatiga?

Me gustaría, no siempre, de vez en cuando, ser un poco frívolo. Ponerme el mundo por montera y, después de una faena de torería impecable con el toro de la seriedad, saludar desde los medios; o cortarle una oreja al morlaco de las melancolías; o recibir a puerta gayola, de rodillas ante los chiqueros, a esas jaboneras filosofías de tres al cuarto de que tanto abuso. Me gustaría hacer sonreír a ese espectador del tendido de sombra que se aburre con el abuso de mis espesos y enredados “naturales”.

No sé de qué me viene, ni si será o no un gen amorfo… Pero, ahora que lo pienso, si esto creyera, me estaría abandonando a los “determinismos” que tanto critico. No quiero contradicciones. Tengo toda la culpa: soy un plasta porque me da la gana triste, porque elijo la indecencia de contemplarme. Lo siento; pero os juro que, en mi fondo, vive el bufón que me merezco.

lunes, 14 de enero de 2008

La vejez de Jano



La mañana era y la tarde.
Y yo miraba la tarde y miraba la mañana.
Y era yo la luz del arco de la mañana a la tarde.

Estaba jugando un niño, sólo un niño, al escondite.
Yo le pregunté de quién se escondía, a quién buscaba:
De mí me escondo y me encuentro si me aburro de buscarme.

Era el orto y el ocaso;
pero sólo una mirada entre el ocaso y el orto.

Cruzaba un hombre corriendo delante y detrás del aire,
alborotando la espalda sombría de las aceras.
¿De quién huyes? ¿A quién sigues?
Me sigue a quien sigo: nadie.

Era el principio y el fin, la madrugada y la noche.
Y yo sin saber por qué era el fin y era el principio.

Un anciano revolvía las papeleras de un parque;
y lloraba mansamente.
Le pregunté qué buscaba:
Un niño he perdido, un niño con quien no podré encontrarme.

Era un dios pequeño y triste,
un casi no dios de humano, de puro humano y dolido,
de puro insignificante.

(enero 2008)

domingo, 13 de enero de 2008

De la memoria oscura a la culpa

He hablado en varias ocasiones de ella; no recuerdo haberlo hecho de su terribilidad. Sí que ha asomado su rostro amable, y doloroso a veces, de reencuentro con uno mismo. Pero no referida al espanto que también acarrea. De esta memoria espantosa he dicho poco, casi nada, casi nunca de su lado más nefando, de su meridiano de remordimiento oscuro, del que nada sabemos, aunque exista en la última sección de nuestro encéfalo: ese flujo sombrío que hace del loco un psicópata infame, ese suelo de brutalidad que llevamos por debajo de la vocación de bien. Un campo embrutecido en que arraigaron, en edad temprana, tres o cuatro preceptos acerca de lo bueno y de lo malo, de lo debido e indebido, de lo que habría o no de hacerse si tal cosa ocurriera. De esa memoria surge un criminal de prostitutas; un ejecutor cualquiera de venganzas, resentimientos o pasiones inconfesables; un iluminado en mal paridas sectas; un ideólogo de horrores a la sombra de una bandera o una creencia indigesta; un egoísta miope de alteridad… No es de la fe, ni de la convicción, ni de los sueños de lo que hablo. Me refiero al detritus de todo eso, al substrato de su descomposición, a lo que queda de ello cuando la voluntad de bien cede terreno o a lo que fue todo ello antes de que la voluntad de bien lloviese sobre su potencia. Y esa memoria en bruto genera culpables, responsables de desecar o impermeabilizar sus campos para evitar que germine la bondad posible. No equivocados, no enfermos, no víctimas de pretéritos hostiles, no engañados por el magisterio de la adversidad: el criminal es dueño de su maldad, no al revés.

Hablar de responsabilidad es coherente si uno verdaderamente hace de la libertad el bien más alto, si uno se atreve a afirmar que la voluntad está por encima del sistema nervioso, de su red de mecánicas neuronas, de ese campo electrificado que invade una víscera grisácea de diseño barroco; si uno siente la grandeza de creer, o de querer por lo menos, que el hombre sea una intención de altura.

Es coherente, es inevitable, que nos digamos culpables si no tenemos el arrojo de vencernos a nosotros mismos.

viernes, 11 de enero de 2008

Sonido a contraluz



Lo escuché a contraluz –si hay un sonido
que suene en modo así de contrariado–;
acaso una palabra en mal estado
a punto de no serlo, o ser su olvido.

No sé qué fue, ni sé lo que he perdido.
Tal vez era el tictac abandonado
de un reloj contra el tiempo, o el desairado
latir de un verbo que no halló sentido…

Tiendo alertas, a veces, por la tarde
a ver si se repite y recupero
esos timbres que al cabo hacen al hombre:

un decir que le niegue que hoy es tarde,
un vivir que le diga por entero...
Una voz que lo llame por su nombre.

(enero 2008)

jueves, 10 de enero de 2008

Latitud de olvido



Cuando nada se espera,
cuando sabemos que no podemos esperar
nada ajeno a la nada,
cuando negamos a la voluntad
la decisión espuria de salvarnos,
hasta el silencio tiene virtud de compañía,
hasta la luz que estorba el horizonte
de la noche dispone claridades,
configura esperanzas.

Aunque sepamos que no nos salvarán esas señales.

Aunque sepamos espejismo los signos no posibles.

Aunque la tierra amada sea un sueño
y la nave esperada sea aquélla
que halla su puerto en latitud de olvido.

(enero 2008)

miércoles, 9 de enero de 2008

El llanto del filósofo

Algún tipo de ser tiene que ser el vacío. Por eso quizá ríe Demócrito, porque todo sucede a pesar de la prudencia de Parménides que nos quiso llenar la cabeza de firmezas y eternidades. Pero el vacío es el ser enajenado, el ser-casi-no-ser que permite andar danzando caprichosamente a los estúpidos átomos, el ausente consistir en que consisten los mundos innumerables.

A veces pasa el vacío por el alma para envolver las horas con un querer absurdo y malquerido. Un querer que no quiere quererse y no puede dejar de hacerlo, un querer que se desfonda, que se distancia de sí, que se invalida o se ningunea; que no quiere entenderse porque en el fondo se sabe. Y entonces los días, tan llenos de cosas y atropellados sucesos, descubren que el mundo transcurre en la vaciedad de uno, y que el azar impone su flujo antojadizo, la ley inexplicable por que todo, no obstante, sigue ocurriendo: el ademán, la sonrisa, la ocupación preocupada, el escenario extranjero de la vida… Y llega el mediodía y poco después la tarde, y después de poco después la noche. Pero no tiene el cuerpo el detalle de un momento pararse, de detenerse un punto para preguntar dónde se habrá metido el alma a que está acostumbrado.

Pobre alma prescindible, tan necesaria al cabo; vacío entonces para la danza de los hechos estúpidos, siempre receptáculo y posibilidad para que no cese el mundo en su fluir indiferente. Llora, tal vez, Heráclito por eso.

martes, 8 de enero de 2008

El amor y la feniletilamina

Para Lola e Inma, por una discusión inacabada


Todo golpe produce una vibración de las moléculas del aire. Una onda, por tanto; en consecuencia, un ruido. Si la frecuencia de aquélla alcanza un mínimo, nosotros captamos un sonido; o mejor dicho, reaccionamos ante dicho estímulo convirtiéndolo en esa sensación que, al parecer, ha funcionado adecuadamente para nuestra supervivencia en este rincón azul que tratamos tan mal. La ciencia, la física en este caso, no puede pasar de ahí. No puede y no debe intentarlo. Ni creo que se le ocurra. Entre otras cosas porque pondría a la misma altura las sinfonías de Beethoven y la insoportable taladradora de mi vecino de arriba, que es un “bricoman” compulsivo.

¿Es el amor un problema de química similar a esos “ajustes de reacciones” que tantos quebraderos de cabeza provocan en algunos escolares (digo “algunos” porque a la mayoría no le provoca nada)? Rotundamente, no. Aquí sucede lo que con el ruido, el sonido y la música del caso anterior. Ni la feniletilamina (¡Dios mío, qué palabra tan difícil de pronunciar!) ni la serotonina (ésta es más fácil) me parecen desempeñar un papel diferente al de la vibración de las moléculas del aire: su condición de presencia cumple la tarea científica de exponer regularidades acerca de los fenómenos. Nada más. Insistir en que el amor consiste en la producción desbocada de feniletilamina, es lo mismo que asegurar que la “Pastoral” no es sino la agitación de un fluido matemáticamente equilibrada. Las dos afirmaciones son ciertas y tienen razón, pero no son su verdad. Y, como decía Unamuno, lo del hombre es tener verdad, no precisamente razón.

Para salir de dudas, si lo que se pretende es entender el amor, me parece preferible visitar a Petrarca, o a Ausias March, o a Garcilaso, o a San Juan de la Cruz (éste por otras alturas), o a Lope, o a Quevedo, o a un ejército de ausentes que no puedo enumerar por razones de espacio.

Ceniza..., sentido…, polvo enamorado… ¡Vamos, a años luz de la dichosa feniletilamina! Y evito el “…quien lo probó lo sabe”, precisamente por eso, porque lo sabemos todos.

lunes, 7 de enero de 2008

Eva, Pandora y las amebas

Pandora abrió la caja de los horrores por curiosidad, Eva mordió la manzana de nuestros descalabros por ambición. Ambición y curiosidad, si bien se miran, tienen más de virtud que de defecto, sólo hay que moralizar la primera y sanear la segunda. Es más, sin una y otra nunca hubiéramos bajado del árbol. Quiero decir que, a pesar de la opinión más extendida, el papel que se le asigna a la mujer en ambas tradiciones es de lo más granado en lo que a potencias de la racionalidad se refiere. No así el de sus respectivas parejas. Cuando de niño me hablaban en “Historia Sagrada” de Adán, debo reconocer que me lo imaginaba un poco tontorrón, buena gente, sí, pero simple hasta decir basta. En el caso de Epimeteo, no es la candidez lo que llama la atención, sino la flaqueza libidinal; vamos, eso que en el repetidísimo chiste sobre los varones dicen que “llena nuestros pensamientos”; menos mal que Prometeo, nos salva: a fin de cuentas, él no se fiaba un pelo.

No entiendo, por tanto, de dónde ha salido esa rarísima hermenéutica de que las tradiciones literarias más remotas avalan el machismo y la sociedad patriarcal. Tal y como yo lo leo es justo al revés: lo que la mujer representa en ellas es la inquietud, la insatisfacción, el deseo de ir más allá, la necesidad imperiosa de saber… El hombre, sin embargo, es un simple acomodado o un instinto obsesivo (cercano al mandril, por ejemplo), siempre dispuesto a decir amén. Pero la maldad, cándidos hermeneutas, es otra cosa.

En realidad, yo creo que la maldad es asexuada, que se reproduce por bipartición, como las amebas, que es una forma de ganarse la perpetuidad bastante cómoda, y peligrosa por cierto, porque donde hay una, es fácil que muy pronto aparezcan dos; y donde dos, cuatro; y así sucesivamente. Más vale que nos dejemos de demonizaciones intersexuales y nos dediquemos a las amebas, que lo único que hacen es clonarse de modo indefinido.

viernes, 4 de enero de 2008

Día de Reyes

Por los niños que, en tantas partes del mundo, no están seguros de si una bomba de “ideológica” espoleta mañana les habrá arrancado la luz de la mirada; por los niños que invierten la soledad de los hospitales en sueños que delatan nuestra impotencia; por los niños que son arrancados de la inocencia por la miseria podrida de las culturas decadentes; por los niños que esclavizan las malas gentes que ni siquiera alcanzaron la virtud animal que protege a los cachorros; por los niños que ruedan por nuestras calles, hijos del hurto de su niñez, producto de un emporio que los desea jóvenes antes de serlo; por los niños que ni siquiera podrán ser niños porque quedan algunos “perfectibles ajustes” en la educación de sus imposibles padres…

Por los niños… y toda la tristeza de un planeta sin niños, que lo pueden ser, que lo deben ser, que lo querrían ser, me voy a callar; por lo menos hasta el lunes 7 de enero, que es cuando algunas industrias dejan de pensar que los niños existen… o debieran.

jueves, 3 de enero de 2008

Noticias de la barbarie o ¿dónde la responsabilidad?

Desde 1885 (año en que Kenia se convirtió en protectorado alemán) hasta 2008, en Occidente han ocurrido muchas cosas, bastantes más que 123 años comunes, que son los años que, sin embargo, han transcurrido en otras muchas partes del planeta. No obstante las diferencias, coincidimos en algunos “progresos”, al parecer fundamentales. Por poner un ejemplo, en 1885 los “caballeros” europeos aún dirimían sus diferencias con pistolas de avancarga, ésas que cargaban la muerte por la boca del cañón, aunque las guerras ya se hacían con modernos cartuchos que se metían por detrás (qué mal suena esto) de la recámara de aquél; los luo, sin embargo, empleaban la palanca, la del brazo quiero decir, para arrojar una lanza, una piedra o cualquier objeto contundente para resolver sus asuntos. Contrariamente, en nuestros días, tanto los luo como nosotros podemos resolver cualquier problemilla con un subfusil automático Heckler & Koch MP5SD1 que abulta poco, no suena casi nada, pero mata que es un gusto. Nadie podrá negarme que la herencia de nuestra potencialidad destructiva ha sido eficacísima, pues ha arrancado pueblos enteros de la edad casi de piedra dotándolos de tecnologías punteras, según decimos.

Sin embargo, no conseguimos exportar nada para acabar con los conflictos tribales; es más, parece que, en nuestros días, asistimos a una “romántica” importación del concepto de tribu (urbana, naturalmente; aunque no sé qué tienen de urbanidad) así como de sus ancestrales usos (cuchillada en cualquier esquina, objetos atravesando la nariz o el moflete, tatuajes totémicos sobre el cuerpo, pinturas rupestres en las fachadas, etc.). Yo creo que esto tiene que ver con la interculturalidad. Se trata de un proceso de natural intercambio, aunque, en mi modesto entender, injusto. Y es que el cambio está desequilibrado: mientras nosotros les proporcionamos lo peor de nuestra civilización, ellos nos han dado “lo mejor” de la suya.

No puedo evitar preguntarme si no habría sido más justo al revés; quiero decir: que nosotros hubiésemos exportado la ciencia, el derecho, la filosofía, el arte… y, a cambio, hubiéramos importado de ellos algo de su necesidad, una fracción de su sed o su hambre, una partícula de su abandono.

Claro que para eso hay que creer que la cultura de Occidente es un valor preferible, no una eficacia exportable. Porque esto lo piensan todos los hipócritas –o idiotas– que niegan –o ignoran– que su espléndida tecnología es hija de los errores y aciertos de la teoría que les precedió; o que su idea de progreso es heredera, mal que les pese, de una concepción cristiana del mundo hacia un punto final; o que su cacareada solidaridad es consecuencia del adoctrinamiento histórico, y también cristiano (un olvido más para Europa), en el amor al prójimo. Para ello hay que amar a Platón, y a Aristóteles, y a San Agustín, y a Santo Tomas, y a Dante, y a Miguel Ángel, y a Cervantes, y a Shakespeare, y a Newton, y a Goethe… Para ello hay que tener el valor de defender el propio valor. Y en esto, Occidente, que ayer fue un vulgar parásito de sus “protegidos”, es hoy patéticamente cobarde. O imbécil, que para el caso tanto monta.

miércoles, 2 de enero de 2008

La noche más hermosa

No se oyen gritos, ni frenazos, ni alaridos, ni petardos, ni arcadas, ni sirenas, ni bramidos… No se ven montones de humanidad ni comas etílicos; ni hordas asfixiadas en vinos espumosos; ni envases ni papeles ni suciedad por las aceras, ni borrachos orinándose al amor de una farola… No se huelen perfumes espesos hasta el vómito, ni alientos de tabaco mezclado con carmín y eructo de champán. No se roza el sudor de un abrazo artificial, ni se engulle el vigésimo polvorón para empapar la inundación obligatoria… No pasa nada, no se oye nada, no se ve nada... Si acaso alguna estrella entre la bruma alta, si acaso el ladrido solitario de un perro en la lejanía.

Es la noche más hermosa, la de sus auténticos amantes, no la de ésos que se lo llaman cuando lo único que pretenden es que deje de ser noche. Porque los amantes de verdad son súbditos de su objeto: lo aman como es, no en modo diferente. No quieren convertirlo en otra cosa, no quieren alterarlo ni transformar su encanto. En la noche se ama el misterio, el silencio, la inmensidad, el decorado inconmensurable de las preguntas, la belleza inquietante de su desamparo… Pero hay mucho proxeneta de su embrujo, mercaderes que la disfrazan de día espurio y venden en las ciudades su inefable fascinación. ¡Mala gente que comercia con la belleza y la embadurna de innecesarios afeites!

Pero hoy no, hoy libra la noche su hermosura: los tenderos, traficantes y profanadores están exhaustos. Agradecida y sola, oigo que no la oigo al otro lado de la ventana; fría sobre los árboles desnudos de este recién invierno, bella como la paz que un soldado celebra a pesar de sus heridas.

A las dos y media de la madrugada del dos de enero del año dos mil ocho… Dedicado a ti, la noche más hermosa.

martes, 1 de enero de 2008

Año nuevo



Y todo por hacer. Aquí, los planos
de la nueva vivienda; allí, los días
pendientes otra vez, las alegrías
y las que no lo son; los otros vanos,

los mismos muros y mis viejas manos;
este obrar, distraer con celosías
los ortos que no dan en mediodías
la estatura de ser sueños humanos…

Y todo por hacer… Y qué abandono
de uno mismo detrás, siempre más lejos
de uno mismo... De nuevo, qué pereza

cargar mis cuatro enlaces de carbono
por mirarme la vida en los espejos.
Qué vanidad al cabo… Y qué tristeza.


1 enero 2008